«Ser y tener» de Nicolas Philibert
Ser y tener, en francés Être et Avoir, hace referencia a los primeros verbos que aprenden los niños en la escuela. Hablamos probablemente la película más destacable del director francés Nicolas Philibert. En ella nos muestra, de forma tranquila y detallada, cómo transcurre la vida en una escuela rural del corazón de la Landa Francesa.
La película empieza mostrándonos la bella y cruda vida rural, con imágenes de unos pastores controlando el paso de unas vacas bajo la intensa nieve. Después de esta introducción tan fría, entramos en la escuela con un plano magnífico que nos permite seguir observando el temporal a través del cristal. De repente estamos solos, en una aula vacía, acompañados solamente por una tortuga que pasea inexplicablemente por el suelo y que remite a las vacas que transitaban a fuera. Hay un dibujo infantil en la ventana, las sillas están colocadas delicadamente sobre las mesas, nos acompaña el lejando sonido de la nieve que persiste. Nos sentimos acogidos, resguardados.
De esta manera tan perfecta se presenta la escuela cómo un refugio, un oasis cálido. A lo largo de la película entenderemos que para los niños de este pueblo, acostumbrados al frío y el laborioso trabajo rural, la escuela es algo más que una escuela.
Cada día, una furgoneta los recoge de sus alejadas casas y los lleva hasta la escuela, donde se reencuentran con los demás. La escuela es como un segundo hogar.
También su profesor, Georges López, es algo más que un profesor. Con su voz tranquila y comprensiva, sabe acompañar a los alumnos en su aprendizaje, y también en su crecimiento personal. Se intercalan con naturalidad las enseñanzas teóricas con la educación emocional.
Veremos alumnos hablando sobre las pesadillas que han tenido o sobre sus conflictos familiares, al mismo tiempo que aprenden ortografía, dibujo, matemáticas o cocina. Llegaremos a ver, incluso, una conversación con un niño que tiene miedo porque su padre está enfermo. Sin ningún pudor, el profesor escucha y acompaña los alumnos en la aceptación y comprensión de estos procesos. No existe un muro entre lo académico y lo personal, no hay separación entre la escuela y la família. En el mundo exterior pasean las vacas, en la escuela pasean las tortugas.
La educación que practica este profesor es efectiva y saludable para los niños, más allá de la valoración que pueda hacer cada uno de sus métodos. En algunas cosas parece muy alternativo, en otras muy tradicional. Pero no creo que eso importe en absoluto.
Empieza la clase, los niños más pequeños aprenden a escribir sus nombres. Ellos mismos opinan sobre cómo escriben sus compañeros. Participan, interesados y concentrados, aprendiendo poco a poco, paso a paso. Así funciona toda la película, documentando con detalle cada paso en el crecimiento de estos niños. Poco a poco, sin prisa.
De vez en cuando algún alumno se distrae o se equivoca, y de estas interrupciones surgen momentos espontáneos de humor, que resultan muy valiosos para el espectador. Vemos, por ejemplo, dos niños peleándose contra una impresora que no saben utilizar bien, o una família entera intentando enseñar a su hijo a multiplicar, sin éxito.
Poco a poco iremos entrando más en los personajes, conociendo sus entornos familiares, los conflictos entre los alumnos…etc. La película se vuelve cada vez más cercana, sin perder en ningún momento el respeto por los personajes.
La película está llena de momentos de gran belleza: El conductor de la furgoneta esperando a que todos los niños lleguen a la puerta de la escuela para irse, el profesor preparando los cuadernos de los niños antes de que lleguen, o un niño intentando averiguar cuál es el último número hasta el que se puede contar.
Gran parte de esta belleza se debe a la forma. Toda la película está filmada con gran acierto en las composiciones, casi siempre con cámara fija, con algunos movimientos de cámara puntuales y necesarios, coordinados y ejecutados como si se tratara de una película de ficción. También el sonido, ayuda a generar esta sensación.
Los planos tienen una continuidad perfecta, tenemos la sensación de que todo está pasando al mismo tiempo, cómo si estuviera filmado en directo por múltiples cámaras. El sonido nos engaña milagrosamente. Es su película más cercana a la ficción. Recuerda a la genial «En Construcción» de José Luis Guerín.
Una de las cosas que más me fascinan de la película son las transiciones, los paréntesis en los que Philibert consigue transmitirnos el paso del tiempo. Lo hace mostrándonos la simple poesía del paisaje, del gran entorno que rodea la escuela y el pueblo. Esto me recuerda inevitablemente a las películas de Ozu.
La música, sutil y puntual, aporta un cierto aire melancólico a los momentos de transición, que nos hablan del paso del tiempo y las estaciones, del crecimiento infrenable de los niños y también del acercamiento del gran acontecimiento que descubriremos a la mitad de la película: que el profesor se jubilará cuando termine el curso. Los niños, e incluso las tortugas, parecen quedar impactados tras recibir esta notícia.
Cuando llegamos a los 60 minutos de película, y el secreto del profesor ya ha sido rebelado, sucede un momento muy importante. Tras una serie de bellas imágenes naturales, anunciando la llegada del atardecer, se rompe la cuarta pared. Presenciamos, de repente, una entrevista al señor George López, en la que nos habla sobre el origen de su vocación como profesor. Termina la entrevista y el sol se pone, una vaca pasea solitaria. Cada vez hay más melancolía en las imágenes.
Se acerca el final del curso. Algunos alumnos irán a otra escuela para empezar la secundaria, y algunos niños más pequeños ocuparán su sitio. El ciclo de la vida continuará.
La película termina con un momento inolvidable. El último día del curso. El profesor despide todos los alumnos con besos y abrazos, y presenciamos su última mirada hacia ellos cuando se van definitivamente. La mirada se alarga durante varios segundos llenos de tensión, en los que se hace evidente la profunda pena que surge en el rostro del profesor.
Finalmente, volvemos a salir de la escuela para volver al paisaje (tal cómo habíamos empezado). Vemos un prado, ahora ya vestido de verde, cómo si nos dijera:
«Ya ha sucedido el crecimiento», y al mismo tiempo: «Todo continúa».