«Crespià, the Film not the Village» de Albert Serra

Por mucho que el talento innato pueda definir la genialidad de un artista, el trabajo, los medios y las circunstancias de sus esfuerzos también determinan la materialización de su arte. Desde los inicios del cine ha habido directores que con su ópera prima no sólo han sentado las bases de su estilo sino que también han realizado una de sus mejores películas, la lista es larga e incluye nombres como los de Robert J. Flaherty, Jean Vigo, Orson Welles, Nicholas Ray, François Truffaut, Roman Polanski, David Lynch… Por otra parte, existen casos contrarios en los que los cineastas reniegan de su primer filme, hasta el punto de querer destruirlo materialmente o en el recuerdo de sus espectadores, como ocurre con Stanley Kubrick y James Cameron. El nombre de Albert Serra probablemente debería incluirse entre los últimos directores citados.

Crespià, the Film not the Village (2003) es una cinta únicamente recordada por lo olvidada que está, y tanto la prensa como su artífice parecen haberse confabulado para establecer el inicio de la filmografía del director de Banyoles en Honor de cavalleria (2006), auténtica declaración de intenciones del cineasta. Sin embargo, ningún análisis pormenorizado de su trayectoria artística debería obviar esta obra cuanto menos curiosa y que ya avanza algunas de las constantes de su director.

La película en cuestión es un retrato de los supuestos habitantes de la localidad del título a través de la puesta en escena de su cotidianidad, estando aparentemente a medio camino entre la ficción y el documental, característica presente en todos los trabajos de Serra a pesar de estar situados en el pasado. El filme nos muestra de manera espontánea y sin que haya un verdadero hilo conductor las acciones de sus personajes mientras matan el tiempo en el bar, se afeitan en la barbería o llevan a cabo improvisados momentos musicales. Esto último termina siendo muy importante, puesto que la película puede ser considerada también una suerte de musical pop precario por cuya banda sonora van circulando temas de grupos famosos como The Miracle o The Jam, en clara oposición a las composiciones clásicas que dominarán el resto de la filmografía del cineasta.

Es esta primera parte de la película su segmento más valioso debido a la naturalidad que desprenden tanto las situaciones como el reparto, encabezado por el carisma exhibicionista del malogrado Lluís Carbó, flamante actor fetiche del director. Lamentablemente, la segunda parte del metraje apuesta más claramente por la ficción incluyendo subtramas imposibles como una desdibujada historia de amor, afectada por la oposición del padre conservador de la novia, y una rápida alusión a la perdida de la inocencia que conlleva la desaparición del representante autóctono de la libertad, momentos que casi parecen parodias amateurs de cintas como Cry Baby (John Waters, 1990) o American Graffiti (George Lucas, 1973). La poca seriedad de todas estas escenas sólo seria digerible si el discurso total de la película hubiera asumido la distancia irónica necesaria para reírse de semejantes clichés, que es lo que parece darnos a entender Serra. No obstante, la clara oposición de estas intenciones con la primera parte semidocumental del filme hace que el experimento no funcione ahogándose en su propia ridiculez.

Crespià, the Film not the Village es una desconcertante oda a la excentricidad que a pesar de todo contiene momentos apreciables y alguna imagen que anticipa el talento visual de su director. Aunque para ser honestos, no deja de ser una cinta hortera y absolutamente propia de un aficionado que sólo salva el genio innegable de la trayectoria posterior de su autor haciéndonos pensar que se trata únicamente de una gran broma.

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