«Dead Slow Ahead» de Mauro Herce
El pasado jueves 27 de octubre, tuve la ocasión de asistir al estreno del film de Mauro Herce en la sala de cine Phenomena, aquí en Barcelona. Realmente la pieza de Herce es especial, procuraré cuidar la reseña sobre la película y aquello que me transmitió aquella noche.
En ciertas conversaciones que he podido compartir se ha hablado del cine como un ritual, un ejercicio onírico donde un público se reúne y experimenta una vivencia. De hecho, en dichas conversaciones llegamos a mencionar a las salas de cine como escenarios que generan esa atmósfera propicia. Entiendo que esta reflexión no es ni novedad, ni una gran revelación e imagino que más de uno de ustedes, lectores, han pasado por estas mismas reflexiones con alguna otra persona.
Personalmente rara es la vez que en las salas de cine actuales y en sus carteleras, uno siente esa sensación descrita arriba. El film de Mauro es una de esas escasas ocasiones y por ello me agradaría abordar la naturaleza de su pieza, pues creo poder señalarla de cine arte sin vulgarizar un ápice el término. Alejado de cualquier trama, Dead Slow Ahead es un film cien por cien metafísico, se plantea en un navío (hecho que intensifica su carácter de viaje sensorial), donde uno simplemente debe dejarse llevar por sus reglas no escritas pero implícitas en cada plano.
Comentar un punto interesante sobre el film y en ello, la manera de tratar el cine y la realidad. A Dead Slow Ahead le veo cobrar una gran fuerza y verdad por la mera actitud coherente de su director. «Entrar en un navío y filmar lo que suceda en él». Suena sencillo, pero Herce menciona ciertas rarezas en el viaje, el barco y su gente. Recuerdo su comentario sobre los tripulantes: gente con familia pero que apenas puede verla a lo largo del año. Personas que llevan una carga sin saber la siguiente destinación en su ruta. Gente viviendo en un limbo! Sumo eso a otra anécdota que contó en el estreno del film, donde uno entiende la delicada situación de un accidente interno del vehículo, el cuál puede hundirse un día cualquiera en el mar y llevarse a todos sus tripulantes junto a él. Todo ello genera en mí la idea de un lugar delicado, un viaje con una atmósfera atípica y hostil. Me pregunto entonces la soledad del cineasta en ese entorno y su respuesta ante todo aquello.
De la misma manera que el arte no tendría cabida en un mundo perfecto, al cine puro creo verlo cobrar más fuerza y verdad en su intención si es capaz de plasmar, entender y retratar de manera sincera, esa naturaleza imperfecta que rodea la vida. En Herce percibo esa delicadeza en querer entender ese viaje que está viviendo, sus normas y verdades y justamente en ello, en ese entender, nace la verdad de un lugar y con ello un film único.
Dead Slow Ahead no engaña, no busca trucos o sorpresas, se presenta como un film puro, de forma, imagen, color y sonido. Cine crudo! Y pese a la natural actitud en el hombre y por ende en el espectador, en querer señalar los símbolos y valores morales, políticos y sociales en las películas, Herce, no se decanta ante nada de ello con su cámara. Él muestra, muestra y baila al ritmo del navío.
Mira a ese hombre solo y sentado, su reflejo está en el agua, se le ve cansancio en su rostro. Observa ahora el cubo de grano, lo elevan hasta el fuera de campo y desaparece en un plano general, largo y vacío, lleno de sonidos mecánicos pero a la vez orgánicos. Y esas fotos de rostros inmortales en la mesa del comedor, esas luces, esos cánticos nocturnos en el karaoke o las llamadas frustradas y lejanas de los tripulantes a sus familiares.
Se respira nostalgia en el film. Se respira una frialdad y desesperación en su navegar y ciertamente, sí, todo evoca a un simbolismo que lleva a comparar el film a una atmósfera de terror, pero procuremos evitar menciones a Lynch. Por el bien de todos, procuremos evitar un background del cine experimental americano o del documental ruso observacional o al propio señor Guerín y su Tren de sombras. Porque en el comparar nace el contraste de ideas y en ése mismo, el distanciamiento hacia una experiencia real y viva del cine.
El film de Herce evoca a muchas piezas distintas, algunas de manera más vaga y otras de forma más clara y evidente. Pero por encima de todo ello, si pudiéramos poner en una sala de cine al espectador virgen de todo: de conocimiento del cine, de moral, de prejuicios sociales o intereses en encontrar errores o significado a cada elemento en pantalla, dicho espectador (o alguno que haga ese ejercicio de actitud), sin lugar a dudas sentirá, nacerán en él emociones y sensaciones.
Sin necesidad de un argumento, diálogos explicativos o una trama dramática, clásica y concreta, el film es film y el cine es cine.
Pienso entonces, que la necesidad de un film con explicaciones a todo lo que acontece, nace de unas convenciones sociales, que junto al ego personal de querer ser satisfechos hacen que nos distanciemos del arte, del cine sin condicionantes y quizás eso nos lleve a una experiencia cinematográfica menor y más llana.
Recuerdo momentos muy vivos en Dead Slow Ahead y digo vivos puesto que me supusieron un shock, un momento donde sentí presenciar algo. Remarco el “a manera personal” para evitar conflictos con el lector. Me gustaría tratar aquí dos de esos momentos. El primero de ellos, es el mismo final del film y pese a la ironía, prefiero empezar por él para dejar más adelante un momento que me llevó a una reflexión mayor.
El final del film. Esas llamadas sin rostros, viendo tan solo partes del navío solitarias y frías generando un contraste buscado en montaje, una asociación de ideas para generar extrañeza. Manifestado así mismo por el propio Herce, me parece una idea muy visual que suma, suma y suma a la cinta, a las sensaciones máquina/hombre. No vamos a señalar su significado aquí, simplemente creo oportuno remarcar su valor, de lo contrarío caería en un error.
Ese momento me remite y armoniza con el recuerdo de otra de las secuencias del film: la escena del karaoke. En ella y pese a ser un momento festivo, se retratan rostros de hombres perdidos, con las miradas clavadas a ningún lugar concreto. Sin saber bien si sonreír, cantar, fumar o simplemente permanecer allí, inmóviles entre los flashes de linterna en la oscuridad. Un momento que derrumba. Aquellas figuras y rostros de los tripulantes, como ecos perdidos en un pequeño trozo de metal en el mar. El film respira melancolía, una rara y poética ensoñación.
Por último, no dejar en el olvido un momento personal, una vivencia en esa sala de cine que no es buscada por el director pero presencié de manera especial. Espero poder reflexionar con ustedes sobre el valor del momento. Recuerdo y sonrío al rememorar un plano cenital muy largo de las olas del océano, colisionando con el navío y generando una gran espuma que saltaba a cámara. Fue un plano realmente largo, donde uno veía espuma y espuma y nada más. Y en ese nada más, entendí o pude apreciar el contexto mío como espectador de aquel momento. Vi las pequeñas cabezas de todos los espectadores en esa sala de cine, iluminadas por la espuma del mar emergente de la gran pantalla. Me planteé quién sería cada uno de ellos a manera breve. ¿Tendría el hombre sentado a mi lado hijos?, ¿qué hará la mujer tres filas por delante el día de mañana?
Por algún motivo entendí algo tan básico como que todo el mundo en esa sala era distinto. Cada uno con sus maneras y pensamientos pero pese a ello, todos presenciamos algo puro, todos juntos. Por un momento no hubo dobles lecturas, todos fuimos uno y presenciamos lo mismo en total silencio.
Fue un momento surrealista y pese a sonar exagerada mi descripción, sentí vivir un momento de rareza, como estar en un sueño y por encima de todo, sentí una catarsis sensorial y emocional junto a ese grupo de personas. Sentí paz en esa sala, algo que nunca antes había vivido en un cine, (no con esa perspectiva).
Recuerdo un fragmento del libro “Esculpir en el tiempo” de Andrei Tarkovski, donde se menciona algo similar a esta experiencia descrita. Se habla del cine arte, del cine puro, cuya naturaleza no tiene otro destino que unir emocional y espiritualmente al espectador y dicha experiencia, genera en nosotros una verdadera sensación de comunidad como especie.
Ése es un gran valor del cine verdadero, ¿no creen? Yo sin duda sí lo creo y como proclamó Xavi Puebla, en la presentación del estreno del film de Herce a toda la sala:
“Esta película si algo es, es puro cine.”