«La mort de Louis XIV» de Albert Serra

El pasado jueves 17 de noviembre se proyectó en la Filmoteca de Catalunya La mort de Louis XIV, la nueva película de Albert Serra, centrada en los últimos quince días de agonía que pasó el monarca francés en su residencia de Versalles. La presentación corrió a cargo del propio director y de su protagonista, Jean Pierre-Léaud, quienes leyeron un texto escueto y de apariencia harto literaria que durante el visionado de la cinta resultó ser muy revelador.

Los artífices de la película hablaron mayormente sobre la importancia del silencio dentro del film, “un silencio en donde está la quintaesencia de la autoridad”, y que ciertamente domina toda la obra acompañando el proceso de decadencia física del rey del título.

El mismo Serra explicó que la película nació de manera espontánea y dificultosa a partir de la simple idea de retratar de manera modesta, íntima y precisa esos quince días señalados anteriormente, dejando que el fuera de campo de la corte, la familia y otros asuntos palaciegos quedaran inscritos dentro del rostro de Léaud, con una expresión que mostrara al mismo tiempo la problemática de la imagen que el rey debía dar al exterior con la cuestión más personal de enfrentarse a la muerte. El cineasta de Banyoles quería abarcar todos estos aspectos puntuándolos con su estilo irónico e incluso un poco salvaje que ya es una marca reconocible de la casa.

Aunque el tema de la muerte ya estaba presente en su título inmediatamente anterior, Història de la meva mort (2013), Serra nunca se había centrado de manera tan exclusiva en la cuestión, hasta el punto de dedicarle por entero la película. La mort de Louis XIV es exactamente lo que su título indica, una indagación pormenorizada sobre las acciones, o mejor dicho no-acciones, que lleva a cabo el monarca hasta su último aliento. Para dicha representación el polémico director se ha servido de un imprescindible aliado, el mítico Antoine Doinel, que presta su ya inmortal rostro a la tarea de morir, aportando al mismo tiempo dignidad y patetismo a cada gesto vital que produce su majestad, desde gemir hasta escupir.

"La mort de Louis XIV" Albert Serra
La mort de Louis XIV (2016)

Las escenas de comidas, inspecciones médicas o visitas aristocráticas van sucediendo poco a poco organizadas en torno a la evolución de la delicada salud del monarca, simbolizada perfectamente por la degeneración de su gangrenada pierna, que se convierte en una suerte de hilo conductor de la trama. A pesar de la aparente arbitrariedad del montaje, habitual en el cine de Serra, cada secuencia consigue adoptar una consecuente importancia en sí misma como estudio detallado de la agonía de Louis XIV y el poder de fascinación del film no decae en ningún momento. El avance de la obra se da de este modo sosegado hasta llegar a una escena que no sólo sirve como clímax sino también como síntesis o definición del estilo del cineasta. El momento en cuestión consiste en una mirada del rey hacia el fuera de campo del plano mientras trata de comer inútilmente un bizcocho, al mismo tiempo que la banda sonora extradiegética interrumpe abruptamente el silencio dominante reproduciendo la Gran Misa en Do Menor de Mozart.

La combinación de esa triste mirada hacia la gloria inalcanzable del monarca, representada por la solemnidad de la música, combinada con la banalidad de la ingesta del dulce, que la debilidad del rey hace que sea penosamente más chupado que masticado, dan perfecta cuenta del objetivo más visible de la filmografía del cineasta: la desmitificación respetuosa pero radical de nuestros iconos culturales. Ya sea con un Don Quijote despistado e incapaz de realizar ninguna gesta épica, con el cansancio de los Reyes Magos o mostrando a Casanova defecando, Serra ha dedicado toda su trayectoria a mostrar los tiempos muertos y triviales de estas figuras históricas y/o literarias evidenciando la modernidad desafiante de su cine.

"La mort de Louis XIV" Albert Serra
La mort de Louis XIV (2016)

 

La mort de Louis XIV no es sino la cima de todas estas inquietudes artísticas mostradas en su máxima expresión, y no por casualidad es su película más calculada y controlada.

Esta cinta supone para el director una gran evolución respecto a su cine anterior, al menos en cuanto a aspectos de producción. En primer lugar, se trata de su primera obra de nacionalidad francesa, contando por ello con unos medios en dirección de fotografía, de arte, vestuario y maquillaje que consiguen que cada plano de la cinta parezca un cuadro de Rembrandt perfectamente compuesto. En segundo lugar, mientras que la mayoría de sus películas anteriores se desarrollaban en espacios exteriores, susceptibles de cualquier incidente ajeno a su control, la película que nos ocupa transcurre casi en su totalidad en la estancia del rey, que es mostrada desde todos los ángulos posibles “asfixiando” lentamente al personaje. Y por último, el rechazo inflexible que el cineasta ha expresado en innumerables ocasiones hacia los actores profesionales ha sido violado exitosamente con la contratación de Léaud, que alegremente ha llegado a declarar que “el François Truffaut del final de mi carrera es Albert Serra”.

Todos estos cambios están presentes en el film y lo definen. La última película de Albert Serra sustituye parte de la frescura y espontaneidad de Honor de cavalleria (2006) y El cant dels ocells (2008) por un dominio de la técnica cinematográfica próximo a la perfección, pese a que como estas también incluye el mismo rechazo hacia las convenciones industriales de la mayoría del cine contemporáneo. Por otra parte, tampoco sigue la estela más atrevida o salvaje expuesta en Història de la meva mort, aunque gracias a ello también evita la irregularidad de la cinta protagonizada por Vicenç Altaió, a quien sin embargo recupera como uno de los personajes más hilarantes de la presente película.

De manera inesperadamente anecdótica, la excelencia del director de Banyoles ha sido definitivamente corroborada con un pequeño error que cometió el cineasta en la presentación del film, cuando agradeció a los asistentes no la proyección de su última cinta sino la organización de una retrospectiva sobre su filmografía, en un lapsus freudiano justificado por la costumbre y que a estas alturas ya es completamente disculpable. En vistas de lo que el probado talento del director nos hace esperar en el futuro puede que únicamente quepa lamentarnos que la perfección estilística lograda con la obra maestra francesa que nos ocupa no le demande a Albert Serra rodar ninguna otra película en catalán.

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