«El abrazo de la serpiente» de Ciro Guerra
El abrazo de la serpiente transporta al espectador a un viaje de aprendizaje en un mundo fascinante y desconocido. Narra de forma poética el apocalipsis que supuso el colonialismo y sus devastadores efectos posteriores en esas tierras del Amazonas, donde fueron destruidas casi al completo las tradiciones ancestrales de las tribus indígenas, diezmadas por la opresión, la codicia por el caucho y la religión cristiana.
El protagonista del film es Karamakate, un indígena chamán que cree ser el último superviviente de su tribu, y con ello el último poseedor del conocimiento y del secreto más preciado de su pueblo: una planta llamada yakruna. La película intercala dos vivencias suyas, una en su juventud y la otra transcurridos ya unos 40 años, en sus encuentros con dos personas que acuden a él por circunstancias muy distintas en busca de dicha planta. Y en su búsqueda, resulta devastador ver como algunas acciones pueden condicionar tanto el futuro y provocar consecuencias tan aterradoras.
Cabe destacar el guion: inteligente, complejo y bien estructurado, ofreciendo diálogos muy interesantes -sin resultar nunca forzados-, y realizando una narración atemporal, en la cual se van entremezclando pasado, presente y futuro.
Pero la película no destaca solamente por lo que cuenta, sino sobre todo por la forma en que lo hace. Tiene una maravillosa dirección artística que ha cuidado muchos detalles al milímetro, así como una magnética fotografía en blanco y negro de un enorme poderío visual, realizada por David Gallego. Logra dejarte impregnados muchos de sus fotogramas en lo más profundo de tu memoria, evocando con un sentimiento de nostalgia -como si realmente de tiempos pasados se tratase- esas bellas imágenes de esos increíbles paisajes, introduciéndonos en las entrañas de la selva vista con una amplia escala de grises inquietante, donde reinan las luces y sombras. Un viaje lírico y reflexivo a lo más profundo del Amazonas.
Fue filmada en celuloide, en 35mm, intentando mantener esa esencia química -pues el ser humano es en sí mismo un proceso químico, igual que el cine cuando nació- para plasmar en imágenes algo más profundo, en palabras del director. La inspiración de la película nació de las fotografías de los verdaderos exploradores; fotografías que hablaban de un mundo que ya se perdió. La elección del blanco y negro, nació precisamente a partir de esas fotografías, buscando recrear en algunas partes de la película una realidad ya inexistente.
«Con el blanco y negro, buscamos crear un expresionismo naturalista, que lograse crear una atmósfera más misteriosa.»
La pasión y sentimiento que ha volcado Ciro Guerra en su realización, contando con la colaboración de indígenas tanto delante como detrás de las cámaras, ha dado como resultado una película de gran belleza, magia y poesía. Es un film único e inclasificable, que deja huella en la memoria. Y ello, a pesar de todas los problemas y dificultades que supuso el tener que rodar en lugares de lo más recónditos de la selva. Aunque por suerte para el equipo, sin llegar al nivel de la odisea y locura de Werner Herzog y su mítica Fitzcarraldo.