«El otro lado de la esperanza» de Aki Kaurismäki
El pasado 7 de Abril se estrenó en España «Toivon tuolla puolen» del finés exiliado en Portugal, Aki Kaurismäki. Es para mí una de las mejores películas de los últimos años, y confirma a su director como uno de los mejores de la actualidad. Es la segunda parte de la supuesta trilogía sobre la inmigración que realizará Kaurismäki, después de la brillante Le havre que filmó en Francia en 2011.
El otro lado de la esperanza narra como se cruzan las vidas de un refugiado sirio (Khaled) que busca asilo político en Finlandia, y un desgraciado empresario finés (Wikström) que busca una segunda oportunidad comprando y reformando un restaurante en decadencia. La tesis vuelve a ser la misma que en Le Havre:
Cuando el sistema fracasa, la única esperanza está en la solidaridad de las personas que lo conforman.
Con esta película, Kaurismäki consigue lanzar un mensaje crítico contra las autoridades europeas sin sermonear ni señalar a nadie, sin simplificar el conflicto humanitario en una cuestión de bandos. En el film no se cumple el esquema norteamericano de los buenos y los malos. No hay enemigos ni superhéroes. Todos los personajes son mirados con la misma ternura, con el mismo espíritu conciliador y la misma intención de comprender antes de juzgar. Incluso los neonazis que agreden al protagonista, despiertan con sus gestos la sensación de que guardan dentro de sí una cierta bondad. Y he ahí el carácter transgresor de las películas de Kaurismäki, en ese humanismo esperanzador que recubre los dramas que filma. Y es que hoy en día, el retrato únicamente crudo y realista de un drama o la crítica directa y feroz de la sociedad, ya no tiene mucho efecto. Se vuelve repetitivo, tópico y muchas veces vacío de propuestas o de una cierta ambigüedad que permita al espectador reflexionar interiormente. Es mucho más transgresor ser positivo, hacer propuestas y buscar la belleza y la ternura dentro de lo trágico. Aunque eso suponga ser un poquito utópico.
Kaurismäki se mueve en un terreno fronterizo. Su estilo formal tan Bressoniano se empapa de la ternura de Chaplin y Ozu en sus personajes. Sus temáticas neorrealistas se contrastan con su colorida y anticuada dirección artística. Su minimalismo melancólico es interrumpido en ocasiones por arrebatos de música rock y un ritmo narrativo más propio de Hollywood que de Europa. Y la sobriedad interpretativa de los actores se conjuga equilibradamente con un humor surrealista exquisito (que está especialmente presente en esta película). He ahí una de las grandes virtudes de este director, estos delicados equilibrios que ha sabido sostener en casi toda su filmografía.
Si no fuera por esa ternura en las miradas de los personajes, el aspecto tan característico de los actores y las surreales situaciones cómicas, la película probablemente transmitiría un mensaje diferente. Sería un film pesimista y crudo, como tantos otros. Saldríamos abatidos de la sala, tal vez más conscientes de la gravedad de la cuestión de los refugiados. ¿Pero después, qué pasaría después?
En cambio, gracias a la presencia de estos elementos la película logra un grado de ambigüedad que me parece fundamental. Me parece que ahí está la principal fuerza del cine y de la imagen, en la capacidad de generar esa ambigüedad inexplicable en el espectador. En invocar un mar de sensaciones donde no es posible acabar de verbalizar cuál ha sido el mensaje de la película. El espectador sale preocupado por el drama que ha visto, pero al mismo tiempo sale conmovido. Y al mismo tiempo siente que podríamos hacer una sociedad más sencilla, y que podríamos ser mucho más solidarios de lo que somos. Y además, se ha reído y divertido y piensa que a veces nos tomamos la vida demasiado en serio. Y además piensa que…etc. El punto final lo ponemos nosotros.
Esta película abre preguntas sobre nuestra capacidad como personas, nos propone ver la parte humana que hay detrás de los conflictos políticos, nos transmite sensaciones estéticas, nos hace reír y nos deja imágenes memorables y significativas como un sirio cocinando sushi en un restaurante finés. El resto ya es cosa nuestra.
Es más que recomendable ver tantas películas de Kaurismäki como sea posible. Destacaría Sombras en el paraíso o Nubes Pasajeras (que también tiene como espacio central un restaurante). En todas hay verdad, precisión formal y ganas de expresar cosas importantes. Como pasa con Ozu, Bresson o Eugènne Green, todas las películas parecen, de entrada, la misma. Son directores que han creado un mundo propio, a su medida, y a través de él, mediante todos sus detalles, nos intentan contar quienes son.
Os dejo una entrevista muy interesante a Aki Kaurismäki, y su rueda de prensa en la Berlinale.