D’A Film Festival (I)

Para esta séptima edición del D’A Film Festival hemos organizado desde Caméra-stylo. Revista ECIB un retén de estudiantes con el objetivo de seguir las proyecciones y ver desde cerca el funcionamiento del Festival. De esta experiencia han surgido unas cuantas reflexiones que hemos articulado en diversas entradas, tanto en formato escrito como audiovisual.

Hemos contado con la participación de Guillem Almirall, Rubén Seca, Julia Duarte, Isabel Fres, Marc Algora, Daniel Giménez, Sergio Morente, además de Carles Gómez que ha formado parte del Campus D’A.

Esta primera entrada está dedicada a alguna de las películas extranjeras que han formado parte de las secciones Direccions y Transicions.

1. ACOTAR EL CINE DE AUTOR

El pasado 27 de abril fue la inauguración del D’A Film Festival Barcelona, el certamen dedicado exclusivamente a aquello tan aparentemente difícil de definir como lo que llamamos cine de autor. Con una programación de más de 70 películas y con la asistencia activa de más de 30 directores, la séptima edición del festival dio comienzo con la proyección de Lady Macbeth (William Oldroyd, 2016), un cuidadísimo debut que adapta la novela corta de Nicolai Leskov con una estética minimalista muy contemporánea.

Lejos de ser un detalle irrelevante, resulta fundamental que la carta de presentación del festival fuera una opera prima ya que supone una apuesta rotunda por los talentos emergentes. Al fin y al cabo, podríamos considerar como autor a aquel director en el que observamos unas constantes estéticas y narrativas a lo largo de toda su trayectoria pero en el caso de un debutante su personalidad debe identificarse únicamente con una única película. Efectivamente, gran parte de lo mejor de la programación fueron primeros largometrajes entre los cuales encontramos Los nadie (Juan Sebastián Mesa, 2016), un naturalista retrato de la juventud de Medellín, Júlia ist (Elena Marín, 2017), el nuevo proyecto nacido de la Universitat Pompeu Fabra, y People That Are Not Me (Anashim shehem lo ani, Hadas Ben Aroya, 2016), la radiografía de las relaciones sentimentales de la era Tinder que finalmente ganó el primer premio de esta edición del festival.

No obstante, también hubo espacio para directores ya consagrados entre los cuales destacaron obras como Nocturama (Bertrand Bonello, 2016), una imprescindible provocación en torno a un grupo de jóvenes terroristas parisinos, Malgré la nuit (Philippe Grandrieux, 2015), que tiene el efecto de una sesión de hipnosis alrededor del tema del amor, y Bitter Money (Ku Qian, Wang Bing, 2016), el nuevo documental del cineasta chino esta vez centrado en los problemas laborales de una joven. Pero el plato fuerte del festival en cuanto a los directores veteranos fue The Woman Who Left (Ang Babaeng Humayo, Lav Diaz, 2016), casi cuatro horas de metraje sobre la venganza de una mujer encarcelada injustamente durante treinta años, en las que el cineasta filipino consigue conjugar una puesta en escena completamente distanciada con una trama casi folletinesca.

A pesar de todas estas joyas, el concepto de cine de autor, y por extensión del festival, parece aglutinar inevitablemente una serie de propuestas que de algún modo asimilan gratuitamente características habituales de este tipo de cine, consolidando una suerte de apariencia de películas de autor donde lo menos importante es la verdadera autoría, entendida como manifestación de unas inquietudes artísticas personales. Es el caso de dos de las obras más irritantes de toda la programación, Ceux qui font les révolutions à moitié n’ont fait que se creuser un tombeau (Mathieu Denis, Simon Lavoie, 2016) y Boris sans Béatrice (Denis Côté, 2016). Dos films canadienses con moralejas igual de reaccionarias en las que encontramos situaciones excéntricas, tiempos ocasionalmente morosos, miradas a cámara e inclusión de textos en la imagen, entre otros elementos estéticos alejados del cine mainstream que merecían discursos mucho más sólidos en los que apoyarse. Mención aparte merece Victoria (Justine Triet, 2016), una seria aspirante a ser la nueva “comedia francesa del año” cuya presencia en la programación es difícilmente justificable.

Entre este maremágnum cinematográfico más o menos afortunado también hubo tiempo para la retrospectiva de Amat Escalante, sin duda alguna, uno de los directores actuales más desafiantes que a través de obras como Sangre (2008) y La región salvaje (2016) ha conseguido construir el más provocador e influyente discurso sobre la violencia del cine mexicano contemporáneo. La retrospectiva tuvo lugar en la Filmoteca de Catalunya mientras que el resto de las proyecciones de todas las competiciones fueron exhibidas en el Teatre CCCB y el cine Aribau Club. La mención de estas salas es relevante ya que en el último espacio mencionado, el cine de autor acogió a un inesperado y puede que no bienvenido invitado: las palomitas.

El 7 de mayo fue la clausura del festival, en la que se entregaron todos los premios excepto el del público, que ha terminado recibiendo la obra de Lav Díaz. En ella se proyectó una de las películas españolas más merecidamente aplaudida del año, Estiu 1993 (Carla Simón, 2017), que con una sensibilidad extraordinaria narra la asunción de la orfandad por parte de una niña de seis años. Con el festival concluido, ya podemos afirmar que si bien una programación tan ecléctica, como incluso ocasionalmente contradictoria, no parece dilucidar la cuestión en torno el concepto de cine de autor, lo que sí que podemos confirmar es que lo que nos ofrece el D’A Film Festival Barcelona es por encima de todo un cine necesario.

                                                                                                                              Carles Gómez Alemany

The Woman Who Left (Lav Diaz, 2016)

2. 20th Century Women (Mike Mills, 2006)

Podría haber sido otra película más en tonos pastel, muy iluminada y con aires «vintage». Pero, por más leve que sea su atmósfera y por más divertidas que sean las anécdotas contadas, el discurso de Mike Mills es intenso y concreto. El director, que se inspiró en mujeres reales de su familia para escribir el guión, da gran importancia a los gestos cotidianos que sirven para enriquecer las identidades de los personajes y aumentan el grado de identificación con el público, principalmente el femenino.

Partiendo del principio que un hombre no tiene porque ser criado necesariamente por otro hombre, Dorothea, personaje muy bien construido y brillantemente interpretado por Annette Bening, pide ayuda a otras dos mujeres para criar a su hijo Jamie (Lucas Jade Zumann). Las dos están íntimamente ligadas a su vida, algo que hace más fácil todo el proceso. Una es el personaje de Abbie, una fotógrafa joven y de mente abierta que vive en la casa con ellos dos. Papel interpretado por Greta Gerwin. La otra es la provocadora mejor amiga de Jamie: Julie (Elle Fanning).
Cada una a su modo, va a presentar su mundo y el universo femenino a Jamie, en un intento por moldear al hombre perfecto desde el punto de vista de una mujer.
Además, temas como la menstruación y el orgasmo femenino son discutidos a lo largo  del metraje, resaltando que lo que era tabú cuatro décadas atrás, lo sigue siendo hoy en día. Todos estos temas, junto a la propia trama argumental,  traen a la gran pantalla  el discurso feminista de una manera natural y esclarecedora.
A la espera de que 20th Century Women pueda estrenarse en los cines españoles, hemos podido disfrutarla en el marco del D’A.
                                                                                                                                                  Julia Duarte
20th Century Women (Mike Mills, 2016)

3. Nocturama (Bertrand Bonello, 2016) y Ceux qui font les révolutions à moitié n’ont fait que se creuser un tombeau (Mathieu Denis y Simon Lavoie, 2016)*

El pasado 10 de enero la estación de Sants de Barcelona fue desalojada debido al hallazgo de una mochila abandonada que podía contener una bomba. Toda la operación terminó siendo una falsa alarma, pero el nivel de alerta terrorista en la ciudad continúa siendo 4 de 5. En el resto de Europa los dispositivos antiterroristas se intensifican diariamente atendiendo a los recientes acontecimientos. Resulta muy oportuno, por tanto, que el D’A incluya en su programación dos películas centradas en atentados violentos, Nocturama (2016) de Bertrand Bonello y Ceux qui font les révolutions à moitié n’ont fait que se creuser un tombeau (2016) de Mathieu Denis y Simon Lavoie. No obstante, la singularidad de estas obras reside en que la amenaza no proviene del exterior, sino de dentro del sistema.

La primera película sigue a un grupo de jóvenes pertenecientes a todos los estratos sociales que, por motivos no explicitados, cometen una serie de atentados en lugares clave de París para después refugiarse en un centro comercial a la espera de que amaine la tormenta. Por otra parte, la segunda cinta abarca los movimientos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Quebec, un grupo de cuatro renegados de la sociedad que, llevando una vida aparentemente al margen del sistema, idean modestos y progresivos ataques contra el establishment. A pesar de la coincidencia temática, tanto los resultados como las intenciones de ambos proyectos son diametralmente opuestos. Bonello propone un discurso radical sobre la existencia de un malestar social insostenible que conmociona al público del film demandando acciones resolutivas inmediatas. En cambio, el planteamiento de Denis y Lavoie sustituye la ambigüedad por la confusión pero termina siendo definitivamente conservador. Voluntaria o involuntariamente la película llega a insuflar sentimientos fascistas en el espectador debido a la simpleza absoluta de sus protagonistas revolucionarios.

Las dos opciones presentan discusiones estimulantes pero la mejor ejecución de una, respecto a la otra, impide su equiparación. Nocturama es una película importante que invita a reflexionar sobre la actualidad, en un momento en el que la democracia perfecta se ha vuelto contra sí misma, en palabras de uno de los personajes principales. A una primera hora hipnótica en la que, sin ninguna explicación, observamos detenidamente la preparación de los atentados le sigue el asfixiante resto del metraje ubicado exclusivamente en un centro comercial, que funciona como una suerte de purgatorio decorado por la marca Nike. Los sucintos comentarios sobre las acciones criminales de los jóvenes se combinan con escapadas lúdicas proporcionadas por el banquete material de la tienda, exponiendo los desórdenes intelectuales y emocionales de toda una generación nacida en el seno de la filosofía ultracapitalista. El montaje deconstruido y algunos planos imposibles a la manera de Escher muestran una realidad completamente inestable donde incluso los excesos más gratuitamente provocadores, como el playback maquillado del My way de Shirley Bassey, tienen la fuerza subversiva de la inclusión del Strangers in the night de Frank Sinatra dentro del solo de guitarra del Wild Thing de Jimi Hendrix durante el Festival de Monterey (1967).

Nocturama (Bertrand Bonello, 2016)

Por el contrario, Ceux qui font les révolutions… es una película que, desde el inicio, se intuye equivocada. En ningún momento los directores dotan al discurso del grupo protagonista de argumentos válidos o defendibles contraponiéndolo siempre con la respuesta paternalista que iguala el ímpetu revolucionario con la inconsciencia juvenil. Los personajes presumen de no tener ni teléfono, ni televisión al mismo tiempo que no dejan de consultar internet en sus respectivos portátiles y, peor todavía, se oponen a toda forma de represión mientras se sustentan económicamente de la prostitución de uno de ellos. El apoyo de una infinidad de textos desubicados de grandes referentes como Marx, Sartre o Rosa Luxemburgo no sirve para dar coherencia a unas pretensiones ideológicas cuya exposición formal está igual de mal resuelta. Los constantes y arbitrarios cambios de formato, junto a las ocasionales rupturas de la cuarta pared, no sugieren mayor ingenio que el de un Xavier Dolan despistado, y efectos de montaje como la coincidencia del audio de una propaganda política con la acción de uno de los personajes orinando no pueden ser mejor calificados que como “chistes baturros”, usando términos de crítica cinéfila del mismo Francisco Franco.

Sin embargo, este ambicioso film de tres exasperantes horas de duración está teniendo un recorrido de cierto éxito entre festivales de todo el mundo, mientras que la película del cineasta francés ha tenido problemas desde su finalización. Nocturama no fue admitida en el último Festival de Cannes por la proximidad temporal de los atentados de París de noviembre del 2015, pasando a engrosar la lista de recientes polémicas ocurridas en certámenes internacionales, en la que destacan acontecimientos como la declaración de persona non grata de Lars Von Trier después de la supuesta simpatía mostrada hacia la figura de Hitler en la edición del certamen del 2011 o la persecución penal durante el mismo año del director del Festival de Sitges, Ángel Sala, por la proyección de A Serbian Film (2010) de Srdjan Spasojevic, donde se simulan relaciones sexuales con niños.

Observando estos casos, puede que empiece a ser preocupante que un entorno pensado casi exclusivamente para dar voz a aquellos discursos que no tienen cabida en distribuciones convencionales de cine sirva precisamente para censurar estas propuestas. Es posible que en el caso de Bonello, al festival le chocara especialmente una escena en la que un personaje se refiere a los atentados como algo que “tenía que pasar”. De ser así, cabría matizar que la intención nada censurable del director no parece ser la de nombrar el terrorismo descrito como algo necesario, sino inevitable. Al fin y al cabo, su obra termina con uno de los jóvenes pidiendo ayuda a la implacable policía que le rodea, como si de un grito de socorro cinéfilo se tratara. No ayudar a una persona en peligro manifiesto y grave sí que es un delito.

*Este texto apareció originalmente en el Campus D’A.

                                                                                                                                  Carles Gómez Alemany

Ceux qui font les révolutions à moitié n’ont fait que se creuser un tombeau (Mathieu Denis y Simon Lavoie, 2016)

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