«Handia» de Jon Garaño y Aitor Arregi
Me dirigía a ver Handia con cierta curiosidad: Jon Garaño es uno de los dos directores que filmaron Loreak (2014), película destacable en el panorama cinematográfico español de estos últimos años. A Aitor Arregi no le conocía, pero averigüé que ya había trabajado anteriormente con Garaño, lo cual me predisponía a pensar que la película que iba a visualizar podría ser bien interesante. Pero ante mi expectativa, el resultado fue una tremenda decepción.
Su guión se divide en un prólogo y 4 capítulos, una estructura episódica que remite también a Loreak, pero que en este caso no está tan integrada orgánicamente dentro de la historia. Cada capítulo tiene una estructura autoconclusiva, excepto por dos o tres detalles que se dejan en el aire para luego ser rescatados. Estos detalles que se dejan sueltos pretenden jugarse como algo armónico, que dé cierta coherencia global, pero finalmente, acaba entorpeciendo la historia.
Empezando por el prólogo, algo que en Loreak funcionaba perfectamente para sugerir imágenes como pequeñas pinceladas, sin desvelarnos nada importante. Aquí es demasiado explícito: se desvela gran parte de la trama. El límite de crear un interés en la narrativa queda sobrepasado. En su primer capítulo también encontramos problemas, ya que si luego lo valoramos dentro del conjunto queda bastante forzado. Nos hace creer que el protagonista es Martín, para luego, en el segundo capítulo, cambiar a su hermano Joaquín durante el resto del metraje. Esta maniobra descoloca bastante. La única justificación que tiene la inclusión del primer capítulo es introducir un elemento de guión -más o menos importante, algo que se explota más como curiosidad que como algo decisivo-, y hacer notorio el paso del tiempo para que cuando Martín vuelva se quede tan sorprendido como nosotros ante el gigantismo de su hermano. No se justifica la larga duración del capítulo, de todas formas, se podría haber jugado con la elipsis con una cierta astucia.
Ya en el desarrollo de la trama se incluyen ciertos giros de guión injustificados: metidos a calzador. Algunos incluso con personajes que surgen durante una secuencia a mitad de película, y cuya aparición no ha sido mencionada en ningún momento anterior. Me gustaría añadir, sin desvelar nada más de la trama, un ejemplo de cómo se rescata un elemento narrativo aparentemente alegórico, pero cuyo efecto fracasa. Si en Loreak teníamos la aparición de una oveja como un símbolo espiritual, aquí se persigue lo mismo con otro animal, en dos momentos diferentes, pero el resultado es hilarante.
El tono con el que arranca la cinta es desconcertante, pero intento adaptarme a la propuesta. En cuánto va avanzando la acción, acaba resultando muy molesto. La definición que se le ajusta es inquietamente sobrio, una contradicción constante. Se quiere ofrecer una puesta en escena de cierta contemplación con el uso de planos generales, encuadres estáticos y una cierta sobriedad narrativa, remitiendo a una búsqueda de conexión con el espacio natural que se muestra inicialmente. Sin embargo, en casi todos los plano se le añade luego algún tipo de movimiento que le hace perder su propósito original. Sean lentos zooms, cámaras en mano -más o menos agresivas- o panorámicas, ofrecen una constante oscilación en la composición. Deriva en un recurso demasiado artificial y notorio.
Aún así se consiguen imágenes que logran ser sugerentes, la fotografía de Javier Agirre es lo más notable del conjunto fílmico. Estéticamente se crean momentos muy bellos, pero que no son nada evocadores emocionalmente, lo cual deja este esteticismo bastante vacío. Es por ello que la belleza se resiente y acaba convirtiéndose en efectista con el paso de los minutos, repitiéndose hasta extenuar. Sobre todo al inicio: se crea una sensación atmosférica muy atractiva, la niebla y los paisajes evocan ese mundo rural, el fango y el humo, el universo bélico; pero también se acaba perdiendo con el cambio de rumbo a partir del segundo capítulo. El tratamiento posterior pierde gran parte de su interés.
Se manifiestan con gran extrañeza una serie de secuencias que destacan por un tratamiento distinto en su tono, queriendo resaltar su importancia. El desenlace no es el deseado, ya que el uso subjetivo de la narración, el cambio de luz y un montaje muy acelerado provocan tal distanciamiento con el estilo general que es demasiado rompedor, es imposible que se produzca la conexión emocional. Se produce un gran contraste: en Loreak el despliegue de sobriedad y una narrativa de cierta elegancia funcionaban perfectamente, mientras que aquí fracasan estrepitosamente.
Todas estas decisiones acaban teniendo consecuencias en la estructura, que en su totalidad presenta numerosas irregularidades. Hay una tendencia más acusada hacia momentos vacíos, sin atractivo que a otros donde surgen breves destellos sugestivos. Esto provoca que el metraje acabe pesando y resulte algo exasperante. Los detalles interesantes disminuyen a cada secuencia, plano a plano. La gente en la sala mira su reloj, resopla. Irremediablemente, el filme hace aguas.
Tras el visionado, se observa una curiosa ironía: uno de los dos protagonistas tiene problemas para generar expectación. Le cuesta preparar el espectáculo donde se exhibe el gigantismo de su hermano y que pueda resultar atractivo para los espectadores. Los directores parecen tener el mismo problema con su puesta en escena. En definitiva, ni los momentos de clarividencia consiguen compensar sus numerosos errores.