XIV Festival de Sevilla. Esto es cine europeo
El Festival de Sevilla ha celebrado su XIV edición plenamente consolidado como uno de los festivales fundamentales en el cine europeo y para el cine europeo, muy especialmente desde que hace seis años se hiciera cargo José Luís Cienfuegos, antiguo responsable del festival internacional de cine de Gijón. Todo esto, sin olvidar su papel como difusor de las propuestas más independientes del cine español y aparador de todo aquello que genera el audiovisual andaluz.
El festival se estructura a partir de tres grandes compartimentos. Su sección competitiva que ha contado con 17 largometrajes, con el único condicionante de que sean producciones europeas. La sección de Nuevas Olas subdividida en ficción y documental, donde se proyectan las películas de jóvenes autores o veteranos de difícil clasificación y espíritu más experimental y aún, en esta sintonía, la sección Resistencias, donde se da cabida a los largometrajes de ese llamado otro cine español. El tercer compartimento es el compuesto por los diferentes ciclos y homenajes, cumpliendo con esa función básica de todo festival por recuperar filmografías o autores de difícil acceso y que es, seguramente, donde la personalidad del festival se manifiesta de manera más nítida, al margen de las coyunturas que pueda deparar la producción cinematográfica del año en curso.
Empezando por este último punto, la retrospectiva principal de esta edición ha sido un auténtico tesoro: el cine de António Reis y Margarida Cordeiro. Dos cineastas portugueses con muy poca obra y de difícil acceso pero que, como mínimo, tienen una de las películas más impresionantes que se ha filmado sobre el Hombre y el lugar donde habita: Trás-os-Montes (1976). El ciclo estuvo compuesto por su primer mediometraje Jaime (1974) basado en los dibujos de un interno de un centro psiquiátrico; Trás-os-Montes (1976) que centra la geografía en las que se desarrollarán el resto de sus películas: Ana (1982) y Rosa de areia (1989). Todas en esa región del noreste de Portugal, fronteriza con Galicia, de donde procedía Margarida Cordeiro. Además, el ciclo se completó con películas de directores como Manoel de Oliveira, Paulo Rocha o Pedro Costa con las que estuvo relacionado António Reís. Éste fue, para muchos, el gran acontecimiento del festival y se anuncia su programación en el Reina Sofía de Madrid, la filmoteca Valenciana y el Centro Galego de Artes da Imaxe, confiemos que también pueda verse en Catalunya.
El cine de Reis y Cordeiro podríamos emparentarlo, por un lado, con el de otra pareja: los Straub/Huillet por el protagonismo que le deparan a los textos y a la manera en que son dichos; pero por otro lado, se aleja de su ascendente racionalista para desbordarse por su potencia física y matérica. Y es ahí donde se acerca a cineastas como Glauber Rocha, Serguéi Paradzhanov o Pier Paolo Pasolini. Con el italiano comparten su potencia arcaica o como a Pasolini le gustaba resaltar, por considerarla su palabra favorita: Bárbara. Pero, en este aspecto, los portugueses van más allá en esa fuerza del pasado, pues mientras Pasolini mantiene el gusto por hilvanar y modelar sus relatos, Reis y Cordeiro parecen construirlos a hachazos. En una acertada definición, Jacques Rivette calificó su cine como pre-socrático. O sea, transmisor de una visión del mundo arcaica, cercana a lo mítico, justo en el momento previo a que el pensamiento racional pase a ocupar el lugar central en los procesos cognitivos y adquiriera el protagonismo en el pensamiento occidental. Un momento histórico que comparte también con la Tragedia ática.
De la sección competitiva destacar por encima de cualquier otra, la película que consiguió el premio principal (Giraldillo de oro): A Fábrica de nada (Pedro Pinho, 2017). Desde su presentación en Cannes en la Quincena de realizadores fue recibida como una de las películas del año. Y así está siendo, reconocida por todos lo lugares por donde se proyecta. Dos semanas más tarde ganaría también el premio de la 24 edición de L’Alternativa en Barcelona. A Fábrica de nada es una película necesaria, un cine urgente, pero sabiamente meditado y equilibrado, cuando el peligro de caer en el maniqueísmo o el panfleto, eran grandes. Personalmente, pienso que es la película, junto a la griega Boy Eating the Bird’s Food (Ektoras Lygizos, 2012), que ha generado la reflexión más interesante sobre por la asfixia social que los Estados han desencadenado, en estos últimos años, contra sus propios ciudadanos. A Fábrica de nada, sigue la estela de películas post-sesenta y ocho como Coup pour coup (Marin Karmitz, 1971) o Tout va bien (Jean-Luc Godard, 1972) o en un ámbito más cercano, las dos piezas que le dedicó Joaquim Jordà a los trabajadores de Numax en Numax presenta (1980) y Veinte años no es nada (2004) o, incluso, en un registro diferente pero con la misma voluntad de reflexionar sobre un tiempo y un espacio, en este caso Portugal, con la trilogía de Miguel Gomes Las mil y unas noches (2015). Así que, sumado a lo comentado anteriormente sobre la retrospectiva portuguesa, podemos deducir la dimensión y la importancia con la que el cine portugués se ha referido a su propio país, y todo esto, con una gran altura cinematográfica, sin duda superior a la que han desarrollado sus vecinos peninsulares sobre la otra parte de la Península.
Del resto de películas programadas en las secciones competitivas, unos breves comentarios sobre las que me parecieron más destacable. La nueva, esperada y demorada película de Lucrecia Martel: Zama (2017) basada en la novela de Antonio di Benedetto. Como en el cine anterior de la directora argentina, estamos ante una película que se apoya más en los estados emocionales y en la precisión de los detalles, que en el seguimiento de una trama argumental. Zama es una película preciosista, construida en un diálogo constante con el fuera de campo y con la elipsis que favorece un estado de espera y suspensión que por momentos nos aproxima a una perplejidad cercana al mundo de Kafka. Una película que sigue afianzando a su directora como una de las voces más interesantes y personales del cine actual.
En un registro opuesto al de esta narración sugerida, numerosas propuestas que se han hecho muy habituales, demasiado habituales en los festivales de cine. Propuestas que fundamentan toda su estrategia en convencer al espectador de que aquello que está viendo parece tan real como la vida misma y en ese reconocimiento agotan su valor, al menos el que yo sé encontrarles. Se me aparece, en estos casos, la figura de Platón y me solidarizo con sus críticas hacia los artistas, creadores de fantasmagorías, donde se imita la imitación de un mundo que ya es, en sí mismo, reflejo. Yo no sé que son las Ideas y tampoco me interesa mucho saber sobre ellas, pero al cine le pido mucho más que reproducción o mímesis. Y una escena como la que da comienzo a Niñato (Adrián Orr, 2017), en la que durante casi quince minutos asistimos a las dificultades de un padre para despertar y activar a sus tres hijos, si me interesara, preferiría verla en vivo antes que en una pantalla y eso, subscribiendo, plenamente, las palabras de Pasolini que pensaba que lo único imprescindible para una buena película es que la realidad tuviera lugar en la pantalla.
En esa misma onda de Niñato, película avalada por numerosos premios como la mejor película en el Bafici de Buenos Aires; o el premio del jurado en Visions du Réel y en Sevilla reconocida como la mejor película de la sección Las Nuevas Olas, podemos situar Milla (Valérie Masadian, 2017) aunque en ésta, el uso abrupto de las elipsis entre los diferentes capítulos de la vida de la adolescente protagonista, favorece una posición algo más activa por parte del espectador. Ya en un registro más novelesco y dramático, las dos italianas: Corazón puro (Roberto de Paolis, 2017) y A Ciambra (Jonas Carpignano, 2017). Contrariamente, Carlos Marqués-Marcet ha dado un giro importante con su segundo largometraje que inauguró el Festival: Tierra firme (2017). Si en su exitosa opera prima: 10.000 km (2014), a pesar de su interesante tratamiento formal sobre las nuevas tecnologías en las relaciones humanas y del soberbio plano secuencia con el que se abría la película, era, finalmente, otra película más en la que su principal conclusión era: sí, así son las cosas; a unos amigos les pasó lo mismo; o, a mi y a mi pareja también. En Tierra firme, mantiene el mismo acercamiento realista, pero la película se carga de matices y se juega en los pequeños detalles que son, a la larga, los más trascendentes. Además, se tiñe de un tono de comedia, incorporado por el personaje que interpreta David Verdaguer que conjuga, a la perfección, con una tradicional historia de amor vestida, para la ocasión, con nuevos ropajes.
Otra película que despertó grandes expectativas y numerosos premios desde su estreno en la Berlinale fue El mar nos mira de lejos (Manuel Muñoz Rivas, 2017). Manuel Muñoz forma parte de un grupo de cineastas que están desarrollando un trabajo formidable y todavía poco conocido en el marco del cine español. El grupo se formó a partir de su encuentro en la cubana Escuela Internacional de Cine y TV. de San Antonio de Los Baños y a parte de Manuel están Mauro Herce, José Ángel Alayón y Eloy Enciso. A ellos se deben películas como Dead slow ahead (Mauro Herce, 2016); Slimane (José Ángel Alayón, 2013) o Arraianos (Eloy Enciso, 2012) en las que podemos ver sus nombres ocupando diferentes tareas, ya sea en la producción, el montaje, el guión, o la dirección de fotografía, ésta siempre desempeñada por Mauro Herce. El mar nos mira de lejos es la última que surge de esta pequeña factoría y a pesar de que no creo que alcance los méritos de Arraianos y Dead slow ahead, es una película notable. Discurre íntegramente entre las dunas que dan al mar en el Parque de Doñana y tiene como protagonistas a los contados habitantes que aún permanecen en sus chabolas dentro del recinto del parque, donde, tal vez, pudo levantarse la antigua Tartesos, algo que proyecta sobre la película una dimensión mítica que va puntuando todo su metraje y la tiñe de un tono elegíaco de final de civilización.
Una úlltima nota sobre un personaje que merece más de una nota: Boris Lehman, que acudió a Sevilla para presentar su última, de las más de 400 películas que dice haber realizado. En este caso -según señaló- se trata de su testamento cinematográfico, no en vano el título es Funérailles (De l’art de mourir) (Boris Lehman, 2016) una película que, con un humor y una energía envidiables, planifica su propio funeral.
El protagonista de casi todas sus películas es el propio Boris, a partir del cual genera lo que él denomina ficciones autobiográficas. En ellas él es el protagonista principal, rodeado por sus amigos, sus objetos, sus historias y todo lo que le pueda encontrar o recrear, y en esta última, aquello que le rodea y recrea son los preparativos para su futura muerte.
Sin duda, otro cineasta belga que, desde la primera persona, ha construido una filmografía para visitar y reivindicar.