«El hombre que mató a Don Quijote» de Terry Gilliam

The Man Who Killed Don Quixote de Terry Gilliam tenía todos los números de convertirse en una de esas películas malditas en la historia del cine, como ya lo fue el Dune de Jodorowski. El proyecto nació y se puso en marcha en la mente montypytiense de Gilliam ya en 1991. Por ello, que en el 2018 haya logrado llegar al fin a los cines parece todo un milagro. Y el mismo Gilliam lo ha dejado plasmado en el inicio del filme, haciendo mención a esos 25 años que han transcurrido en la dura contienda. La locura del Quijote contagió también la mente de Gilliam, quien a pesar de los mil obstáculos a lo largo de tanto tiempo ha luchado por su sueño hasta el final.

La sinopsis de la película es la que sigue: “Un anciano está convencido de que es Don Quijote de la Mancha y confunde a Toby, un ejecutivo publicitario, con su fiel escudero, Sancho Panza. La pareja se embarca en un viaje extraño, con saltos hacia atrás y adelante en el tiempo, entre el actual siglo XXI y el mágico siglo XVII. Poco a poco Toby, como el infame caballero, se va contagiando de ese mundo ilusorio incapaz de separar sueño y realidad.

Pero antes de hablar de la película, me gustaría escribir sobre algunos de los episodios que frustraron el proyecto en sus etapas iniciales, y que han sido los protagonistas de demorar 25 años el estreno del filme.

Lo que transformó el proyecto en el mito que ha sido hasta ahora, fue el documental de Lost in la Mancha, filmación que empezó siendo concebida como making off de la película en uno de sus intentos de rodarla, pero que tras filmar los fatídicos sucesos, evolucionó finalmente a un documental que se convirtió de facto en un trabajo de referencia en la historia del cine sobre el poder de lo incontrolable.

La preproducción del proyecto empezó en 1998, tras obtener Gilliam -en principio- un presupuesto de 40 millones. Sin embargo, Hollywood terminó negándose a financiar la película de la forma en la que quería Terry, y el presupuesto final se redujo de pronto a 32 millones, desestabilizando la situación de partida. A dicho problema se le sumaron otros que surgieron ya antes de comenzar el rodaje: algunos actores no se presentaron, y el almacén que se iba a utilizar a modo de estudio dejaba mucho que desear y tenía enormes problemas de sonido, por lo que nunca llegó a usarse. Y no había disponible ninguna otra alternativa.

Así las cosas, en un lugar de Navarra, de cuyo nombre Terry Gilliam no querrá ni acordarse, empezó el rodaje de la película en septiembre del 2000. Y transcurridos tan solo seis días tuvo que cancelarse. En el reparto original estaban Jean Rochefort (que había dedicado previamente 7 meses a aprender inglés para el proyecto), Johnny Depp y Vanessa Paradis (que nunca llegó a presentarse al rodaje).

La primera localización del rodaje era en las Bardenas Reales, una zona bastante desértica en el sur de Navarra. Fue aquí donde surgió el primer imprevisto no contemplado en la preproducción: cada poco rato sobrevolaban la zona aviones militares que hacían un ruido estrepitoso, y que imposibilitaba grabar sonido directo. Ante la impotencia de los acontecimientos, e intentando sobreponerse a los problemas, Gilliam dijo de proseguir el rodaje sin sonido, con la fe de poder salvarlo con doblaje y diseño de sonido en la post-producción.

Pero el segundo día de rodaje, los problemas se triplicaron de una forma totalmente inesperada e impredecible: la catástrofe volvió a llegar del cielo, pero en forma de agua. La lluvia, acompañada de granizo, trajo consigo una enorme inundación que pasó justo por la zona de rodaje. La corriente dañó a los equipos y decorados y llegó incluso a llevarse consigo parte del material. Si bien esto puede sonar ya como un gran desastre en sí mismo, el problema principal quedó al descubierto al día siguiente, tras cesar el diluvio: los acantilados habían cambiado de color debido al mismo. Ello hacía imposible utilizar todo lo rodado hasta el momento, al no haber ya ninguna continuidad en la imagen, por lo que había que volver a empezar.

El equipo, arrastrado por la motivación inagotable de Gilliam, decidió seguir adelante y volver a intentarlo. Llegados a este punto, cabe destacar que se percibía un poco una falta de liderazgo por parte del ayudante de dirección, y que el factor de tener todo el equipo descentralizado resultaba un problema organizativo.

Pero pese a la ilusión por seguir adelante ante tantas adversidades, al retomar el rodaje se sumó un nuevo gran problema. El actor principal, Jean Rochefort, parecía tener problemas para montar a caballo, y le costaba incluso andar. Por su parte, no había habido queja alguna y había intentado actuar con normalidad, debido a su compromiso con el proyecto. No obstante, producción exigió enviarlo a París para que le viera su médico. Esto condicionó el rodaje, pero no lo detuvo dado que se aprovechó para ir rodando escenas donde él no aparecía, principalmente con Johnny Depp. No obstante, transcurridos un par de días, llegó la mala noticia de que Rochefort había sufrido una doble hernia discal, lo que ya dejaba claro que no podría seguir con el rodaje.

Fue la gota que colmó el vaso, y que dejó destrozado a Gilliam. Había estado dos años buscando a la persona adecuada para el papel de Don Quijote, y la preparación con Rochefort había sido muy intensa. Encontrar un substituto resultaba imposible a esas alturas. Y así culminó el rodaje, tras tan solo 6 intensos y fatídicos días, en noviembre del 2000. Y los problemas no cesaron allí: todavía llegó una reclamación por parte de los inversores y los derechos del guión pasaron a manos de aseguradoras, contra las cuales ha tenido que litigar Gilliam durante años.

Pero finalmente, el sueño de Gilliam se cumplió, y pudo realizar el que considera el proyecto de su vida.

The man who killed Don Quixote es un puro ejercicio quijotesco cinematográfico, en el que Gilliam hace seguramente la adaptación más original cervatiense de su obra magna, y nos introduce en un maravilloso ejercicio onírico sobre la locura. Para ello, resulta imprescindible dejarse llevar por el imaginario de Gilliam, y entrar en las reglas del juego del mismo. El concepto del filme resulta brillante. Y tiene una gran dosis de autoreferencias, parodias, y guiños. El duo protagonista, es a su vez carismático, y logran hacer una buena dupla como Don Quijote y Sancho Panza.

Si bien, uno se queda con la sensación de que el proyecto ha perdido parte de la magia que hubiera tenido con el proyecto fallido en el año 2000, sigue siendo una película llena de encanto y adaptada a nuestro tiempo actual. Y a pesar de que le falla bastante ritmo en la parte final y se termina recreando demasiado, su conjunto y su planteamiento siguen siendo muy loables. Una película atrevida que no deja de jugar con el metacine, con transiciones alocadas y momentos memorables.

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