«Tiempo después» de José Luis Cuerda

A punto de cumplirse los 30 años del estreno de Amanece, que no es poco, que el propio autor autoreferencia en el filme, José Luis Cuerda regresa a un terreno en el que se desenvuelve con soltura: la comedia absurda con tintes de surrealismo.

«Tiempo después» se presentó en la Sección Oficial de la 66ª edición del Festival de San Sebastián, aunque fuera de concurso. Una Sección Oficial que contó con una gran cantidad de películas españolas donde competieron Sorogoyen, Bollaín, Vermut y Lacuesta.

Ambientada en un futuro post-apocalíptico, concretamente en el año 9177 –mil años arriba, mil años abajo como dice el mismo narrador al principio de la película-, la población española ha quedado reducida a un solo Edificio Representativo y a unas afueras cochambrosas habitadas por todos los parados y hambrientos. El orden queda alterado cuando uno de los desempleados intenta vender limonada en el Edificio Representativo, y ello amenaza con romper la estabilidad en el sistema.

Con elementos que recuerdan al cine de Kusturica pero a la española –en la escenificación de una hiperrealidad— donde incluso la música de Lucio Godoy parece jugar en un registro similar a ratos, y de Jacques Tati –en la edificación de espacios futuristas—, donde cabe hacer una mención especial al departamento de arte, el director albacetense realiza un análisis muy cuerdo sobre el pasado y presente de nuestro país a partir de ese futuro pronosticado, criticando a cada uno de los estamentos de nuestra sociedad. Y nadie queda impune de su alocado humor, que lanza dardos en todas las direcciones.

Pese a la constante sucesión gags encadenados —plegarias recitando versos del Quijote, una joven que dice ponerse muy cachonda leyendo a Hegel, el Rey representado como en la carta de la baraja española del Rey de Bastos…—, en el interior del filme yace una reflexión crítica sobre la épica proletaria: no importan los miles de años que transcurran, el status quo siempre vence. La revuelta de la clase trabajadora es neutralizada con suma facilidad por el poder, que se limita a dejarles entrar en el sistema para que se destruyan entre ellos; dura y diáfana conclusión sobre el estado de la Izquierda en Europa. El protagonista idealista que organiza la revuelta lo resume muy bien antes de exiliarse tras triunfar la revolución de los limones: “no era esto, no era esto…”.

Cuerda domina los registros del humor con solvencia y el público del pase de prensa en el Teatro Victoria Eugenia respondió con sus respectivas carcajadas.

Citando a Woody Allen:

«La vida es una comedia escrita por un humorista sádico».

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