«Con el viento» de Meritxell Colell
«Filmar con el viento»
Hay películas a las que cuesta ponerles palabras. Puede que sea porque se viven más desde la emoción que desde el intelecto, aquellas donde el relato fluye con cierta parsimonia, paz, sin fragmentarse, sin violencia. Con el viento (2018) de Meritxell Colell, es una de ellas, una de esas películas con lectura amplia. Al margen de las películas que llenan las salas convencionales de cine de hoy día, esta opera prima nos muestra un estilo de vida entrañable, un exceso de naturalismo que provoca más de un suspiro humano, el anhelo por un contacto más íntimo, por una relación de sensaciones con el cuerpo, con la tierra, con las plantas o el aire puro de las montañas…
Y la sociedad, que evoluciona tan rápido, olvida un Habitus vitae que se extingue impasiblemente, sin embargo, no es la canónica sociedad actual la que nos muestra la película, más bien, es el espectador mismo, quien desde la butaca, rebosado de ansiedades y de ambiguas preocupaciones y otras necesidades virtuales, observa imágenes de espacios naturales, cambiantes y rostros sin empolvar que se conjugan e invitan a participar en directo, aquí: en aquél extrañado estilo de vida de Pilar, mostrado de la mano (y punto de vista) de Mónica, hija y criatura sensible.
Un reencuentro tras una ausencia. Sentimientos que no pueden ser hablados, tan sólo expresados a través de la danza, un abrazo, un gesto lleno de energía, compartir la vida, el tiempo, el antídoto al dolor mutuo. La fuerza indestructible que nos une con nuestros seres queridos. Una frase de Alan Watts decía: «The only way to make sense out of change is to plunge into it, move with it, and join the dance.» En el cine el viento suele simbolizar una acompañante e inexorable oleada de cambios. De forma similar, (y también cinematográfica) Con el Viento parece que nos quiera transmitir lo mismo que Watts en The Wisedom of Insecurity, y que el único modo de convivir con cambios irremediables, en el fondo sea bailar junto a ellos.
La película se restringe a unos conflictos personales concretos y afectivos donde todos los personajes, esbozados desde enfoques y técnicas distintas, convergen en el sufrimiento. Pilar es muy creíble y tierna, y se sitúa en el núcleo familiar, mientras que Mónica, silenciosa, contenida y cargada de emociones interiores, vuelve a la casa de su infancia para solucionar unos problemas en forma de vender-de-la-casa-del-pueblo. A la vez que la descubrimos más a ella, nos quedamos con ella. La defendemos frente el reproche de su hermana. La vemos muy humana.
La longitud de algunos planos ganaría a la paciencia del espectador netflixiano. Pero el riesgo se convierte en virtud y otorga al tiempo el carácter de materia orgánica. El filme se teje con tomas cortas (que no es lo mismo que muy cortas o frenéticas), largas y extensas, las últimas no por ello se hacen densas, sino que más bien hay cierta observación dulce en ellas y en sentir como evolucionan, la fotografía ayuda a saborearlas. Además, pienso que a nivel estético hay ejercicios de asociación interesantes: los planos se intercalan tanto para producir ideas como para evocar sensaciones de contrastes plásticos. La primera secuencia la he encontrado muy buena, hay que verla. No dudo que el sonido también haya contribuido a potenciar tales impresiones.
Puede que el ademán costumbrista de la narración convierta la película en algo personalista, y que por ende carezca de una posible dialéctica interior con el espectador. También se elimina la posibilidad a lo inesperado o el misterio de lo aleatorio: el personaje de Mónica sufre unos cambios dentro de creíble y de lo llano. Se entiende el rasgo personal, aunque se deja poco a imaginar. En suma, Con el viento es una opera prima de gran interés y se nota el gran trabajo de todos los creadores que han estado dándole forma. Recomiendo su visionado, cine autóctono y contemporáneo. Ahora, toca que cada uno la viva a su manera. Y tranquilos, el viento no trasciende la pantalla, podéis ir al cine como de normal.