12ª Mostra del CineBaix: Cinema de la Mediterrània i del Llevant
Antes de empezar a hablar de las películas que pudieron verse este año en la Mostra del Cinebaix, es necesario situar la historia del propio cine: CineBaix es una cooperativa que nace en el año 2005, a raíz del anuncio de que el cine local de Sant Feliu de Llobregat se vería obligado a cerrar sus puertas por motivos económicos. Esta noticia despierta en la localidad una fuerte respuesta social, opuesta a la pérdida de su cine de barrio ─a lo que se suma, además, una inminente compra del inmueble con intenciones especulativas─ consiguiendo, después de meses de lucha que el propio ayuntamiento lo adquiera cediendo su gestión (en principio, en período de prueba) a la asociación CineBaix, nacida al calor de este movimiento social.
Desde entonces CineBaix trabaja ─con la ayuda de socios y voluntarios─, como un cine sin ánimo de lucro, en una línea muy definida de compromiso social y calidad cultural. Además de una cartelera que incluye cine de autor en versión original. Cada año se organiza una muestra de cine internacional dividida en diferentes ciclos geográficos.
Del 8 al 18 de Noviembre ha tenido lugar la muestra de cine de la Mediterrània i del Llevant, en el que se han incluido un total de 28 films de países como Marruecos, Irán, Siria, Túnez, Libia o Egipto. Los diferentes films se imbrican en una serie de presentaciones y coloquios a cargo no solo de realizadores, sino también de expertos, activistas, periodistas y politólogos, actividades que rebasan la mera aproximación a cinematografías periféricas para buscar ofrecer una completa perspectiva cultural y política de los países representados. También se organizan otras actividades paralelas, como una publicación propia en formato de periódico, presentaciones de libros o un ciclo especial para centros educativos.
La Mostra reivindicó una vez más la sala de cine como un espacio privilegiado para el debate (destaca la participación del público en los cinefórums post-proyección) sobre temas tan contemporáneos y urgentes como la necesidad de comprender el fenómeno de la radicalización islamista, la desilusión o directamente el fracaso de las revoluciones árabes acaecidas entre 2010-2012, prestando especial atención a la situación de la mujer en los países árabes y a las cintas que ellas mismas dirigen.
La película inaugural de la Mostra, Cafarnaúm (2018) ─gran premio del jurado en el pasado festival de Cannes─, de la libanesa Nadine Labaki, fue también la más valorada por el público. Desde el inicio nos descoloca su premisa: un niño demandando ante un tribunal a sus padres por haberle traído al mundo. A través de largos flashbacks se irán desgranando los motivos del joven Zain ─interpretado por un refugiado sirio de 13 años─, a quien acompañaremos en su odisea a través de una Libia post-Gadafi desgarrada y sumida en la miseria. Algunos críticos de Cannes tacharon la película de “pornomiseria”, ya que sin duda la cinta peca de poco sutil en la utilización de la música, en algunos de sus giros y recursos dramáticos… Sin embargo Cafarnaúm no se avergüenza de su efectismo, al contrario, decide explotarlo con firmeza, y aunque no logra erigirse como una crítica afilada, sí deviene por acumulación en un artefacto punzante. Una de las grandes virtudes de la cinta es el modo en que la directora filma al bebé etíope ─de apenas un año─ compañero de Zain durante gran parte del metraje; por momentos Labaki llena la pantalla de una credibilidad milagrosa. En semejante precisión filmando a un bebé se intuye quizás el fruto de una primorosa manufactura femenina, una síntesis perfecta entre paciencia y maestría.
También dirigida por una mujer, y un grito feminista, fue Commander Arian (2018) de la catalana Alba Sotorra, con la que el público de la Mostra tuvo el placer de comentar la película tras su pase. El último documental de la catalana es un retrato de las YPJ, una organización militar feminista de mujeres kurdas en perpetua lucha contra el ISIS. Sotorra comentó con los espectadores cómo desde el primer momento congenió con la comandante Arian y cómo esto determinó su protagonismo y el enfoque narrativo que tendría film. En un primer momento la directora pretendía documentar la colaboración de las YPJ en la toma de la ciudad de Kobane, enclave simbólico del pueblo Kurdo, pero sus planes se vieron trastocados cuando Arian es herida gravemente en combate. Commander Arian da más importancia a las transiciones y las pausas entre operaciones militares, a los momentos de intimidad y camaradería, donde afloran los motivos que empujan a estas mujeres a coger las armas por un mundo feminista.
El tema de la guerra fue también explorado por Sotorra en su anterior documental, Game Over (2014), una interesante propuesta donde seguimos el camino de un joven español ─en una precaria España─ aficionado al airsoft y a los videojuegos, hasta acabar enviado como soldado a la guerra de Irak. Preguntamos a la directora sobre su interés por la guerra, a lo que nos confesó que durante el rodaje de Commander Arian, al vestirse como una militar, no pudo evitar sentirse como el protagonista de su anterior película. Nos adelantó que en su siguiente proyecto planea cambiar de tercio para hablar, esta vez, sobre el Amor; estamos expectantes.
En la misma línea de cine dirigido por mujeres y sobre mujeres encontramos Beauty and the Dogs (2017), de la tunecina Kaouther Ben Hania, la más grata sorpresa de la Mostra. Una película sencillamente impresionante: en sólo nueve planos-secuencia se encaja una historia repleta de dramatismo, interés, tensión y complejidad. Con un nervio narrativo a medio camino entre la pesadilla desbordada de los planos-secuencia de la reciente Clímax (2018) de Gaspar Noé, y una inmovilidad de cuadro palpitante que recuerda a lo mejor del cine rumano ─4 meses, 3 semanas y 2 días (2007), de Cristian Mungiu─, la película funciona como un engranaje perfecto. El argumento se despliega en torno a la violación de una joven por parte unos supuestos policías. Transitaremos junto a ella la agónica retahíla de trabas con las que se encontrará para denunciar este suceso.
La protagonista, Mariam, es interpretada soberbiamente por Neder Ghouati, actriz de genio que, con su rostro y con su cuerpo, acierta a llenar mediante el gesto de matices y veracidad a su personaje. El golpe sobre la mesa lo dará el viaje emocional de Mariam: en menos de 24 horas vive una situación que la llevará al límite de su integridad, obligándola a cuestionarse su posición como mujer y sujeto político. La película basa su efectividad en un guión de la propia directora, la cual, inteligentemente, no se obceca en denunciar la atrocidad en sí, sino que opta mediante mil sutilezas por componer un retrato social y político de un Túnez que, en palabras de la propia directora, es aún “un país en construcción”. Es de resaltar y agradecer la intención de la Mostra por programar films que dialogan entre ellos y se complementan, así Tunisia, justice in transition (2017) de Marc Almodóvar, se reveló como el contrapunto documental perfecto de Beauty and the Dogs, ambas sobre la ambigüedad que vive actualmente el Túnez post-revolucionaria.
Mención especial merece el nuevo trabajo de Jafar Panahi, Tres caras (2018) ─premio al mejor guión en Cannes, ex aequo con Lazzaro Feliz (2018)─. Más que una película, un aerolito rebosante de rebeldía y tristeza contenida: rebeldía contra la estrangulante falta de libertad que sufre el cine iraní (desde 2010 Panahi tiene prohibido bajo amenaza de cárcel tanto filmar, como salir del país), tristeza por el tutelaje y la evaluación continua que su país ejerce sobre el sexo femenino y el colmo de esa opresión es cuando cine y mujer se juntan, si una decide de repente ser actriz. En Tres caras se homenajea a tres generaciones de actrices iraníesa su valor y sus historias de resistencia. Al contrario que en Taxi Teherán (2015), la cámara de Panahi saldrá esta vez del coche, sin explicaciones, ni estridencias, rindiendo eterno tributo al maestro Kiarostami ─imposible no pensar en Y la vida continua…[1992])─ simplemente esto sí es una película.
El director, actor obligado de su propio cine, juega al despiste con los espectadores, con las autoridades de Irán, incluso con la famosa actriz que lo acompañará en su viaje. Al final del film todos somos conscientes que bajo sus cien capas de falsedad reverbera una verdad destituyente. Y es que parece inagotable el don de Panahi para ejercer una reversibilidad subversiva contra las prohibiciones que le imponen. A la vez que una lección de cine, cada película de Panahi parece siempre un acto de generosidad pura: como en toda su filmografía, de nuevo un feminismo tácito, cómplice y siempre valientemente categórico.
Esperamos que directores como Panahi sigan haciendo cine pese a todo, al igual que esperamos que espacios como el CineBaix sigan articulando su propia lucha por constituirse como lugares de encuentro, debate y promoción de cines resistentes.