Wim Wenders, el aclamado director alemán, emprende un viaje hacia Japón del 83 con el fin de encontrar el legado de Yasujiro Ozu en la sociedad. A modo de diario de viaje, Wenders captura la esencia de Tokyo, una ciudad regida por el consumismo en la que triunfa el individualismo por encima de la familia y se ve reflejada la pérdida de valores que años atrás Ozu ya advertía en sus films.

La voz en off de Wenders nos acompaña narrando y reflexionando sobre los hábitos cotidianos de la vida moderna en la sociedad japonesa, generando una sensación intimista que se ve potenciada por la hipnótica banda sonora de Laurent Petitgand.
Desde el comienzo del film, nos introduce a una ciudad en la que hasta el último rincón de la urbe es corrompido por lo artificial. Se produce así, un contraste evidente entre los distintos puntos de vista de ambos directores, haciendo notar el correr del tiempo. Los retratos pictóricos que abundaban en un pasado se contraponen con las caóticas autopistas, las ruidosas calles y los interminables edificios que junto con el humo obstruyen el paisaje, haciendo imposible divisar el horizonte. Las composiciones sobrias y armoniosas acompañadas de rigurosos planos fijos al ras del suelo son sublimadas por inestables imágenes repletas de información, aunque no menos efectivas en lo que quieren abocar. Las familias tradicionales japonesas compuestas por complejos personajes ahora son parte de una gran masa segmentada en clases que denota una búsqueda por evadir la realidad a través de distintos recursos.

A lo largo del viaje sale a flote una sensación sobre la que se consolida el documental: “la ausencia”. La ausencia de tradición, de lo auténtico, de un maestro. Es en base a la misma que decide abordar la figura de Ozu y todo lo que él representa, esto se hace más evidente en el momento que abandona la metrópoli para entrevistar a dos de los colaboradores más importantes del cineasta, quienes lo acompañaron durante toda su filmografía y fueron testigos de la misma. Chishû Ryû, actor y Yûharu Atsuta, director de fotografía, atestiguan sobre cómo fue su relación con el director y su peculiar forma de trabajar, también aportan anécdotas durante los rodajes y hablan sobre su propia trayectoria. En ambos coincide el fuerte vínculo alumno-maestro que generaron con el realizador y el dolor que les produce su pérdida.

 

 

 

 

En conclusión, Tokyo-Ga (1995) encarna un viaje rumbo a dos mundos, uno imaginario, situado en un nostálgico pasado y otro como contraparte y a su vez opuesto, en el presente. La búsqueda por retratar una imagen que pueda amalgamar ambos planos es en sí, la esencia del film.

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