Diez años sin Luis García Berlanga. Primera Parte
Diez años después de la muerte de Luis García Berlanga, el canal de televisión TCM dedicaba a Luis uno de sus especiales, emitiendo cada viernes del mes de Noviembre una de sus películas. Las cuatro elegidas fueron: Plácido (1961), El Verdugo (1963), Patrimonio Nacional (1981) y La Vaquilla (1985). Para nada casual es la elección de estas cuatro películas, que hablan de los cuarto puntos, muy bien elegidos, de los que Berlanga se vale para comprender España y a los Españoles: La hipocresía, la sordidez, la ingobernabilidad y el vivir del cuento.
Dicen que el primer titulo oficial que se otorgó por parte del Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas fue el de Luis García Berlanga. Poca importancia le dio a la distinción y al título, y así lo hace saber en su Carta a un amigo que lee a Eisenstein, admira a René Clair y quiere ser director (1952). A lo largo de este breve articulo epistolar, publicado en el primer número de la Revista Internacional de Cine, un joven y estrenado Luis escribe uno de sus conocidos planos secuencia para retratar el panorama del cine español de la época y remarca la importancia de aprovechar el tiempo que pase uno en la escuela de cine para conocer gente que, igual que nosotros, está profundamente interesada en hacer películas.
Desde sus primeras publicaciones de tipo periodístico ya se puede entrever la concepción que Berlanga se había forjado del cine como un arte colectivo. No deja pasar la oportunidad para recalcar que, probablemente, nunca habría podido tener la oportunidad de co-dirigir su primer largometraje si no hubiese conocido a Bardem en su etapa de estudiante. De esta amistad surge una película que, aunque no inventa nada formalmente, daba un anticipo del elemento social sobre el que pivotará la filmografía de ambos directores. Además, presenta y consolida nombres elementales del teatro y la cinematografía española, como Fernando Fernán-Gómez y Elvira Quintillá, que interpretan Esa Pareja Feliz (1951), que se ve zarandeada de un lado para otro por la falta de oportunidades laborales y las promesas de un futuro mejor que todos los días escuchan en la radio. No es para nada evidente la crítica social que los directores consiguen hacer en la película, pues habían encontrado la fórmula que hacía posible esconder los recados al Status quo de la dictadura, que no era otra que el gag y la sátira. De esta forma, un subtexto cargado de crítica y desacuerdo, se cubría con una capa de risas y chascarrillos.
Es a partir de Bienvenido Mister Marshall (1953) cuando Berlanga se gana, a punta de Cannes, el derecho de rodar con un poco más de libertad creativa que sus contemporáneos. En un principio es evidente que, aunque incómodo, Berlanga resulta también muy útil para un régimen que buscaba modernizarse, acabar con la autarquía y preparar el terreno para lo que después llamaron el segundo franquismo. Es con la aprobación del Plan de Estabilización del año 1959 y la visita de Eisenhower a Franco cuando se da por finalizado esta primera etapa de “modernización” cultural, en la cual Berlanga jugó un papel muy destacado en el terreno de la cinematografía.
Los años posteriores a la entrada de los tecnócratas católicos al gabinete de Franco serán de una importancia crucial para todos los cineastas de la época. Y, especialmente, para los que supieron aprovechar y colarse por las brechas que se iban abriendo en el aparato censor de la dictadura. Un gran ejemplo de esto es Plácido. Llama la atención como la película, vista en perspectiva, se destaca como uno de los films anti-franquistas más llamativos. Berlanga ya no se preocupa por ocultar sus tesis en subtextos cómicos, por este status de “tonto útil” que el régimen le concede, y recurre a todos los elementos que anteriormente se habían demostrado muy útiles a la hora de atraer público (Grandes actores del Star System del teatro de posguerra, nuevas estrellas del cine, guiones basados en personajes de clases populares o el ámbito rural…) y los combina con una agudeza cada vez más entrenada a la hora de usar el espacio, los encuadres, el movimiento de la cámara, las coreografías, el sonido y la luz.
Hablando de Plácido es interesante recordar cómo trata Berlanga las relaciones entre las clases populares y las burguesas y cómo consigue no dejar a nadie bien parado. El objetivo del personaje protagonista no es otro que pagar una letra de su motocarro, una forma magistral de contar los nuevos problemas en los que se ven envueltos los pobres del régimen. La cartilla de racionamiento se cambia por las letras del banco, y la caridad ya no es cosa del Estado. Ahora, es cosa de la Iglesia y ya no es algo que se deba hacer todos los días. La forma en la que los devotos organizan un velada en la que deben “adoptar un pobre” y llevarlo a su casa para compartir la cena de Navidad con ellos es casi una caricatura que Berlanga esboza para reírse de la hipocresía dominante.
Con El Verdugo, Berlanga se atreve y da un paso más. Desmiente, con el guion y la puesta en escena, lo que solía decir sobre lo cobarde que se consideraba como cineasta y como persona. Aún a día de hoy, El Verdugo es uno de los alegatos más certeros en contra de la pena de muerte y, sin duda, la película rodada durante el franquismo -y en el franquismo- que más daño le hizo.