Diez años sin Luis García Berlanga. Segunda Parte
Las primeras tres películas que dirige Berlanga después de la muerte de Franco se conocen como La Triología Nacional. Si bien es cierto que la triología comienza con José Sazatornil como protagonista de La Escopeta Nacional (1978) y con Luis Escobar y José Luis López Vázquez de secundarios, las siguientes películas (Patrimonio Nacional (1981) y Nacional III (1982) seguirán los acontecimientos de estos dos últimos.
Aunque también es cierto que es complicado pensar en La Escopeta Nacional como una película con un único protagonista por la coralidad de buena parte de la película y por la forma en la que los secundarios roban la atención cada vez que tienen que hacerlo. Aún así, hay un truco infalible para identificar los protagonistas en las películas de Berlanga, y no es más que localizar el personaje que “más pringa” durante toda la película. Y ese es, en este caso, Jaume Canivell, un burgués catalán que paga una batida de caza en busca de favores del ministro franquista que allí se encuentra. El primer problema que se encuentra es que la batida se da nada menos que en la finca del Marqués de Leguineche -Luis Escobar- un noble venido a menos que no ha tenido otro oficio que gastar y malcriar a su único hijo, Luis José de Leguineche -José Luis López Vázquez-.
Desde el principio de la película Berlanga deja claro que, como de costumbre, no va a dejar a nadie en buena posición y comienza un particular censo que nos mostrará los distintos arquetipos de español que vive los últimos años del régimen: El estómago agradecido, el ministro falangista y su séquito, el noble buenoparanada, el burgués donador, los sin talento con conocidos, el ministro tecnócrata y su séquito…
Al final nada sale bien para Canivell, exactamente como mandan los cánones Berlanguianos. Pocas películas a lo largo de la historia del cine han conseguido plasmar tan certeramente el ocaso de un régimen militar y el mérito es mayor cuando lo consigue sin mostrar ningún militar.
A partir de aquí, Berlanga da por zanjadas sus cuentas con el régimen y las demás películas de la triologia serán dardos dirigidos directos a la joven democracia, que recibía con mesurada alegría y mucha cautela. La primera escena de Patrimonio Nacional ya da las pistas necesarias para saber por donde irían los tiros después de guardar La Escopeta Nacional. Una caravana de coches de finca ya obsoletos se intenta incorporar en una carretera nacional repleta de coches más nuevos y mejores que no le ceden el paso.
Berlanga despliega en Patrimonio Nacional todos los recursos que ha aprendido a lo largo de sus películas anteriores y se despreocupa en algunos aspectos de la narración como pueden ser el sonido o los movimientos de la cámara, para ahondar en la importancia del plano y su profundidad y el espacio y sus usos narrativos. Es gracias a los planos en los que dos o más acciones se están llevando a cabo a lo largo del cuadro que la película resulta muy divertida a nivel de guión pero también a nivel visual. Berlanga está ya muy rodado para dar puntada sin hilo y aprovecha todas las cosas que Alfredo Matas pone a disposición para empacar una de las mejores películas cómicas de la transición española.
Uno de los mayores aciertos de la pareja Matas-Berlanga fue conseguir el palacio de Linares para el rodaje de Patrimonio Nacional. El palacio es una construcción emblemática de la arquitectura neobarroca, propia del sistema de Restauración Borbónica de finales del Siglo XIX, que en aquel momento se encontraba en un estado de conservación lamentable. A Berlanga se le enciende una bombilla y probablemente un dia pensó que sería divertido un plano secuencia en el que un contratista recorre las habitaciones del palacio, libreta en mano, para después hacer un presupuesto -muy ajustado- para la reconstrucción. Berlanga no tiene que mostrar las cortes constituyentes para enseñar que aquel viejo sistema y sus cuatro pilares (Rey, Cortes, Turno y Constitución) estaban siendo reformados a toda prisa y de una forma un tanto chapucera.
El último capítulo de la triología es Nacional III. Para mi, esta es la primera película de una nueva etapa en la filmografía de Luis que perfectamente se podría llamar: Burla a la militancia. Decide cerrar su única triología con una película que refleja como ninguna otra el miedo al socialismo por parte de algunos estamentos de la sociedad española de la transición. Luis pone a los Leguineche a hacer piruetas para sacar un patrimonio, que no es ni suyo, del territorio nacional. La película resulta divertida por el estado de gracia y complicidad que los actores consiguen con Berlanga pero es evidente que la triología no estaba hecha para ser solo una triología y que había por lo menos una o dos películas más en la cabeza de Luis.
No está muy claro por qué Berlanga no consigue sacar adelante la siguiente película protagonizada por los Leguineche, pero pasa pronto a otra cosa. Sería a mediados de los ochenta que desenterraría un proyecto que no consiguió sacar adelante durante el franquismo: La Vaquilla (1985). De nuevo, Alfredo Matas iba a poner a su disposición lo que necesitaba Luis para sacar adelante uno de sus proyectos más ambiciosos.
Es en la localidad aragonesa de Sos Del Rey Católico donde recrean la primera línea del frente de Aragón y un pueblo de la retaguardia castigado por la guerra y por la ocupación nacional.
Berlanga vuelve a aprovechar los espacios abiertos y los recorridos largos para desempolvar el traveling y volver a poner los movimientos de la cámara en el centro de la narración cinematográfica. La película, en mi opinión, no es una burla directa a la guerra. Más bien creo que es un ensayo ficcionado en el que Luis expone las razones por las que cree que la república perdió la guerra. Para ello presenta varios tipos de soldados republicanos que se podían encontrar en las trincheras y los contrasta con los que se encuentran en la retaguardia nacional. Berlanga y Azcona crean su propia cuadrilla de élite, a lo Malditos Bastardos, que debe infiltrase tras las líneas fascistas con el objetivo de aguar la fiesta.
Alfredo Landa interpreta el Brigada Castro, un militar de carrera que se ve relegado a una graduación menor que la del Teniente Broseta, un “militar” que no tiene otro mérito que el de pertenecer a la rama stalinista del Partido Comunista. El Brigada Castro diseña una misión que puede tener sentido si se ejecuta correctamente pero tiene la mala suerte de que interesa al Teniente Broseta, que coge el relevo del mando de la misión y toma todas las decisiones tarde y mal. La película es un cúmulo de situaciones desafortunadas que los “bastardos” de Berlanga y Azcona tendrán que capear como les sea posible. El final de la película, aunque no la hayamos visto, lo conocemos todos de una forma u otra: Nadie ganó del todo. La vaquilla acaba en tierra de nadie siendo devorada por los buitres mientras unas banderillas con la rojigualda adornan su lomo.
La Burla a la militancia acaba con Todos A La Cárcel (1993). Berlanga vuelve a confiar el papel del perdedor principal a Saza y deja dicho todo lo que tiene que decir políticamente hablando. Es su último gran ensayo coral con grandes nombres y resulta casi un recopilatorio de grandes éxitos en dónde muy pocos se quedan fuera. Todos A La Cárcel es otro boceto que Berlanga dibuja para reírse de los que presumen de pasando democrático para conseguir ser el más comprometido en un momento en el que el comprimiso pasado era premiado, y todos comenzaban a acordarse de aquella vez que corrieron delante de los grises…