¿De donde salen mis historias?

Siempre me he preguntado hasta que punto se extienden nuestras ideas originales, y en que momento empieza la continuación de aquellas historias ya narradas por otra persona. Ni siquiera sé si hay una diferencia entre las dos, o si seria capaz de reconocerla, ya que esto implicaría poder desvincular aquello que he interiorizado con el tiempo de aquello que ya llevaba dentro.

¿Pero nacemos vacíos, verdad? 

Ponyo en el acantilado (Hayao Miyazaki, 2008)

En ese caso, todo aquello que yo estoy creando son consecuencias de lo que pasó antes de mí, de la gente que vivió antes que yo, pero también de aquellos que continúan teniendo en mí un impacto y de todas las situaciones que se crean a mi alrededor día a día. Lo que yo muestro es lo que yo se, pero también aquello que me falta por explorar, los vacíos que trato de rellenar con mis personajes. Entonces, si bien es verdad que las piezas que conforman una historia pueden encontrarse al alcance de más de una persona, es la forma en que estas se unen que permiten diferenciar mi idea de la tuya, aun cuando las dos vienen de todos.

Como los códigos de barras, infinitas combinaciones posibles, que de lejos pueden parecer lineas idénticas, pero cada una hace referencia a un producto distinto. En el arte podrían ser las perspectivas las que diferencian cada obra.

¿Pero no es la visión aquello que tenemos delante?

Chris the Swiss (Anja Kofmel, 2018)

No tenemos que viajar a marte para encontrar una visión propia, todos y cada uno de los que vivimos hemos conocido nuestros propios planetas rojos. Tenemos que quitar capas a aquello que entendemos sin deshacernos de ellas. Son las personas que han formado parto de nuestra vida, y las que han faltado, las emociones que hemos llegado a identificar, y las que no controlamos, y todo aquello que nos ha pasado por la cabeza alguna vez o hemos rozado con la mano.

Podría ser que cuando caemos al vacío y vemos pasar nuestra vida por delante, se nos este concediendo quince segundos para poner las cosas en orden, o puede que sea en las palabras de desconocidos donde encontramos nuestros desenlaces. Sea como sea, cuando nos importa genuinamente las historias que queremos contar, estas salen descontroladas, llevando consigo la mezcla de todo lo precedente y lo por venir. Tenemos que darles la atención que se merecen, lo que implica darnos cuenta de el valor único que tienen las otras personas y nosotros mismos.

A lo largo de las semanas pueden presentarse muchos instantes de quince segundos y en pocas horas podemos haber compartido aire con decenas de desconocidos. Quizás para entender el origen de las historias tendremos que llevar todo al papel, y mientras hacemos esto aparecerán todavía nuevas posibilidades.

Con tanto movimiento, tanto en nuestro alrededor como interior, las historias y su creación se convierten en un pez que se muerde la cola, sin principio ni fin, y siguiendo el patrón explorado, me pregunto si no seremos nosotros el pez.

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