Todo ha ido bien de François Ozon
El director francés François Ozon viene estrenando casi película por año desde el inicio de su carrera. Lo conocí con Eté 85 (Verano del 85, 2020), un drama Lgbt nostálgico que para mí pasó sin pena ni gloria. Después llegué a Grâce à Dieu (Gracias a Dios, 2018), una denuncia a la iglesia católica por los abusos sexuales de un cura a decenas de niños en Lyon, que me removió más. Ozon está acostumbrado a que sus películas pasen por el Festival de Cannes, en total suma cuatro nominaciones a la Palma de Oro contando Tout S’est Bien Passé (Todo ha ido bien, 2021), su último largometraje que llega a España este viernes 28 de enero.
Todo ha ido bien es una comedia dramática, aunque es más bien un drama con algunos momentos divertidos. El director adaptó la novela del mismo nombre de Emmanuèle Bernheim, amiga íntima y guionista de varias de sus películas. La historia cuenta el doloroso dilema al que se enfrenta la escritora cuando su padre sufre un accidente cardiovascular y este le pide que lo ayude a morir. De entrada, una premisa que impacta a cualquiera por la dureza de la situación y un tema que genera controversia por su complejidad moral.
En la película, André Bernheim (André Dussollier) tiene 85 años y, tras sufrir dicho accidente, queda en tal estado de deterioro que decide acabar con su vida. Para ello, le pide ayuda a su hija, Emmanuèle (Sophie Marceau), argumentado que “sobrevivir no es vivir” y no acepta un no por respuesta. Emmanuèle y Pascale (Géraldine Pailhas), su hermana, se vuelcan a los cuidados de André demostrando su amor incondicional a pesar de ser un “mal padre”. En la película se introducen varios flashbacks donde se ve a una adolescente Emmanuèle sufrir las constantes ofensas por su físico por parte de su padre, aunque su relación en el presente se percibe amistosa.
La trama principal se centra en los últimos meses de una relación entre padre e hija, haciendo uso de la elipsis para concentrar todo el relato en casi dos horas. El largometraje narra el trayecto emocional de Emmanèle hasta la muerte de André: recibe una llamada que anuncia el accidente de su padre; su vida pasa a las prisas del hospital; éste le hace la dolorosa petición de ayudarle a morir; ella se niega rotundamente; cede ante su firme insistencia y, finalmente, consigue cumplir su voluntad. La estructura es fluida, aunque se hace lenta, dada la repetición de algunas acciones. Por ejemplo, las rutinas de entrenamiento de Emmanuèle en el gimnasio o cada vez que las hermanas mencionan a Gérard (Grégory Gadebois), que tarda en aclararse de quién se trata.
En el film se introducen un par de subtramas: una revela que André es homosexual a través de Gérard, un examante que llegó a maltratarlo físicamente, que no para de acosarlo y que pareciera estar interesado en su dinero. Pese a que André se niega a verlo porque dice tenerle miedo, en una escena aparecen juntos acariciándose tiernamente sin llegar a explicarse cómo llegan ahí, lo cual genera confusión. La otra introduce a la exesposa de André, Claude (Charlotte Rampling, cuya presencia resulta desaprovechada), una mujer deprimida que se casó con él sabiendo que era homosexual. Aunque afirma que lo amaba, su decisión de morir no parece removerla. Su aparición es escasa y aporta poco. Sin estos dos personajes, la historia seguiría funcionando.
El tema del derecho a morir en un país donde no es legal supone en sí un conflicto generador de tensión dramática significativa. No obstante, la película resuelve con facilidad cada obstáculo que encuentra: Por un lado, la familia que sufre la crisis pertenece a un nivel socioeconómico alto, por lo tanto, pueden permitirse pagar casi cualquier cantidad de dinero con tal de llevar a cabo el proceso. Por otro, la solución la encuentran a solo seis horas en una ambulancia que contratan las hermanas, en el país vecino, donde la eutanasia es legal y no tienen inconveniente en cruzar la frontera. Por lo tanto, no hay cabida para la tensión. El conflicto principal se instala entonces en el personaje de Emmanuèle quien, en su debate moral interno, pasa su mal trago entregándose a rutinas de entrenamiento en el gimnasio y bebiendo vino con su hermana. El personaje parece sobrellevar la situación como si se tratara de un trámite más, sin llegar a transmitir sufrimiento.
En general, la película funciona más bien como un retrato familiar en el que se describe un proceso difícil de afrontar. Transmite muy bien el amor fraterno, tanto en la relación de la hija con el padre como en la de las dos hermanas. Sin embargo, se rebaja la carga de emotividad que lleva implícita el tema de la muerte asistida, algo complejo y doloroso. Quizás experimentando esta situación en carne propia la vivencia resulte tan simple como lo refleja Ozon en su film. Sea como fuere, Todo ha ido bien, al menos a mí, no me llega a conmover.