D’A Film Festival, 2022
Día 1
Delante de mí se encuentran cinco personas. Al momento, se convierten en cuatro. Comienzo a mover el pie de un lado a otro. Qué vergüenza, casi parezco un niño pequeño, impaciente e incapaz de controlarse. Dos personas. Me siento inseguro. No me siento ni preparado ni capacitado. Llega mi turno. Una mujer me atiende, y salgo de allí con un bolso de tela que guarda en su interior los folletos típicos de cualquier festival y el motivo por el que ahí me encuentro: la acreditación. Me la cuelgo del cuello y la miro. En la tarjeta se lee <<Jurat Pedro Delgado>>. Casi no me lo creo. Noto como vuelve el cosquilleo de los nervios. Con ellos, las dudas. De nuevo, ¿qué hago yo aquí?
Todo esto se remonta a un par de semanas atrás, cuando en plena Semana Santa, gracias a Dios, me dio por abrir el correo electrónico. Y ahí estaba. Pere Alberó, director de la ECIB y de su respectiva revista, me comunicaba que la 12° edición del D’A Film Festival iba a tener una sección exclusiva en la plataforma Filmin: Emergents, cuyo jurado iba a estar formado por estudiantes de cine de diversas escuelas, y había pensado en mí para formar parte del mismo. Corrí, nervioso, a responderle. Sentía cierta presión caer sobre mí, pues la propuesta ganadora de entre las ocho candidatas se llevaría un premio de 5.000 euros. ¿Quién era yo para decidir algo tan importante para aquellas personas? Pero de esto ya hablaremos luego, pues no será hasta el día 5 de mayo cuando se hará la deliberación entre los seis miembros del jurado.
Regresando a ese instante en el que salía del teatro, acreditación en mano, sentí de nuevo la ilusión de estar en un festival. Esto también era valioso para mí, el estar ahí como espectador. La del festival es una experiencia refrescante, llena de sorpresas y chascos, de risas y bostezos, pero ante todo de alegrías. Hay un aura que gira alrededor indescriptible. Hacía tiempo que no asistía a uno, y fue como volver a ver a un viejo amigo.
Fui directo al cine Aribau, pero aún faltaba una hora para que empezara Alcarràs (2022). Me enteré allí mismo que la sesión no era numerada. Menos mal que llegué pronto y pude entrar de los primeros. En la cola, esperando, ojeaba la parrilla de películas. ¡Qué cantidad de cine se me venía encima!, e iba a disfrutar cada segundo.
Atravieso la puerta, y lo primero que hago es encontrarme a Diana, una amiga de clase. Hablamos sobre cómo hemos acabado aquí, en esa sala. Vuelvo a sentir la responsabilidad que trae consigo la tarjeta. Ella está trabajando como voluntaria en el festival. Le pregunté si vería la película, y me respondió que se perdería los veinte minutos finales, pues tenía que preparar todas las bebidas que habría en la fiesta posterior a la proyección. Nos despedimos y continué hasta sentarme en una butaca cerquita de la pantalla.
Cuatro asientos a mi derecha está Celia Rico. ¡Estoy sentado al lado de la directora de Viaje al cuarto de una madre (2018)! Recuerdo verla hace un par de años, en diciembre de 2019, en el cine Albéniz de Málaga, junto a mi padre. Hubo un coloquio con ella en la sala, pero no dije nada. Aquella película me llegó al alma y aún perdura en mis recuerdos. Esta vez tampoco me he acercado a decírselo. Ahora me arrepiento un poco. Tal vez nos encontremos una tercera vez.
Cuando acabó la película, me acordé de Diana. Se había perdido el final, y yo no paro de pensar en esos dos últimos planos en los que vemos a la familia al completo y comienza a sonar aquella canción. Apenas podía escucharla, pues comenzamos todas y cada una de las personas allí sentadas a aplaudir sin control a Carla Simón y todos los miembros del equipo allí presentes. ¡Qué alegría me daba verlas sonreír ante la ovación de más de diez minutos que estaban recibiendo! Me intenté imaginar qué estarían sintiendo en esos momentos, en qué pensarían. Al momento dejé de hacerlo, pues era un enigma del que ni ellas tendrían la respuesta.
Regresando al final de la película, me pareció tan doloroso pero tan sanador a su vez. <<Y la vida sigue…>>, parecía decirnos. En realidad, toda la película gira en cierto modo alrededor de esta idea. Se plasma en los dos fundamentos sobre los que se sostiene la cinta: las raíces de nuestra tierra y las raíces de la familia. Si una de ellas se tambalea y resquebraja, hace temblar a la otra. Dos elementos dados de la mano, en comunión: el hogar y la gente que lo habita y lo cuida.
Es una cinta de momentos, de instantáneas captadas con la cámara vieja de tu madre o esbozos trazados bajo la sombra de un árbol. Un cine arraigado en la naturalidad, tanto temática como formalmente. Si bien hay un sólido guion escrito a mano entre Simón y Arnau Vilaró, la auténtica naturalidad se obtiene en la manera de filmar de Carla. Ella opta por la espontaneidad, por filmar el momento. No hay una planificación de la que la cámara es esclava, no está anclada a convertirse en la recreación del texto, y esa es una de las tantas y tantas claves de Alcarràs. La escena se crea en el momento con los actores y el equipo y se filma lo que, en ese preciso instante y lugar, ocurre. Es decir, nace de la propia escena en vivo. Lo que surge de ahí es algo mágico, una pureza que por suerte fue captada. Ahí es donde radica la energía de la película. Y es, de este modo, y solo de este modo, como te hace sentir la tierra deslizar entre tus dedos, la suavidad de las hojas, el sabor del melocotón o el abrasador sol caer sobre tus mejillas. De nuevo, la vida misma.
Salgo del cine eufórico. Qué sensación más bonita la del primer día de festival. Es una mezcla entre sentir vértigo ante la cantidad inabarcable de propuestas y, a su vez, querer arrasar y verlo todo.
Día 2
Tras la agitación de la inauguración, las salas abrían hoy sus puertas y daba comienzo el segundo día de festival. Veía Feathers (Plumas, 2021) de Omar El Zohairy, y a continuación Dúo (2022), de Meritxell Collel. Disfruté, especialmente esta última.
A lo largo de Dúo vemos bailes entre dos figuras, pero la danza más íntima y cercana que vemos es entre dos películas, que se miran de arriba a abajo, giran sobre sí mismas y se sostienen en brazos la una a la otra.
El desarraigo y la memoria, dos conceptos sobre los que giraba Con el viento (2018), regresan inevitablemente a lo largo de esta nueva obra. Realmente, el cine de Meritxell me parece un cine doloroso. En su ópera prima a cada plano se sentían las grietas, las arrugas, en un lugar donde lo viejo no moría; algo que se visualizaba tanto alrededor como en el interior de la protagonista. Ahora, años después, nos reencontramos con Mónica, tanto actriz como personaje, para descubrir que las heridas no terminan de cicatrizar. Las grietas de las paredes vuelven a resquebrajarse. El viento, de nuevo, sopla fuerte. El remolino en el que nos encontramos siempre está en movimiento, sin cesar. Regresamos, así pues, a esa soledad vista en Con el viento, que parecía superada en su final. Ahora es observada desde otro punto de vista, su contracampo. Una soledad distinta, pero de nuevo presente.
Y qué gusto da ver cómo evoluciona una cineasta. Si en su ópera prima veíamos una firme base en la composición y una estabilidad buscada, aquí abraza el instante, una manera de filmar que ya se vislumbraba en las escenas de exterior de aquella obra. Y es que no había otra manera de captar el momento en el que se encuentra ahora Mónica, pues el viento cobra un nuevo papel más cercano a lo sensorial y espiritual, en sintonía con los bailes en mitad de la nada que ya tuvimos el placer de ver. Dicha viveza debía ser transmitida a través de la cámara, de la mirada propia de Meritxell.
En relación a esto, cómo disfruté también esos diarios, que casi podríamos llamar confesiones susurradas. Un complemento que terminaba de darle sentido a todo, pero a su vez eran piezas únicas en sí mismas.
Meritxell Collel es una de las cineastas a tener en cuenta en el actual panorama cinematográfico español, y estoy deseando ver hasta dónde nos conducirán estos vientos, a dónde nos llevará ella. Yo, desde luego, me dejaré llevar.
Día 3
Empezaba la mañana siguiente con Álbum para la juventud (2021) de Malena Solarz, dentro de Filmin Emergents, y se ve, por desgracia, que no me levanté con buen pie. De hecho, el día no mejoraba, pues ni The Sleeping Negro (2021) de Skinner Myers ni Eles Transportan a Morte (2021) de Helena Girón y Samuel M. Delgado fueron de mi agrado. Ante la mala racha, decido ir a comprarme un café, esperando despejarme un poco. Pero no hacía falta. Me tocaba Benediction (2021) para finalizar el día ¡Una película de Terence Davies! ¡Y en pantalla grande!
Suelo encontrarme con Pere cada día y charlamos antes de entrar a la sala. Esta vez hemos coincidido sentados uno al lado del otro. Salimos los dos contentos. ¡Qué demonios!, toda la sala ha salido contenta de Benediction. Todos reían y se podía respirar el buen ambiente que reinaba. Le comento a Pere que a mí me ha dejado con el corazón calentito y me contesta, riendo, que es una manera curiosa de describir a una película británica. Pero es cierto. Benediction se ha sentido como aquel café. Suave, cálido. Entre tanta frialdad, me ha reconfortado, me he sentido arropado en ella.
Qué gusto da ver que la misma fuerza e intensidad que veíamos en Children (1976), el primer mediometraje de Davies, sigue vehemente cuarenta y cinco años después. La rabia contenida y el deseo de amar daban pie por ambas partes a una pasión sin cadenas, desmesurada. Es un cine romántico y melodramático, que apela al sentimiento y, temáticamente, busca luchar contra la muerte del romance. Pero, por el contrario, encontramos una dirección heredera del clasicismo, en una puesta en escena que busca la elegancia y la sobriedad a cada plano. No creo que sea poética, pero sí literaria como un buen texto escrito a tinta negra y pluma en mano. No serán los únicos contrastes, pues no son casualidad. La planificación de la película y la búsqueda de su estética van dadas de la mano con la situación de su protagonista, Siegfried Sassoon: un hombre que no se contuvo a la hora de mostrar su pensamiento antibelicista ante un gobierno británico que continuaba mandando soldados al frente; pero que, a su vez, tuvo que ocultar su homosexualidad y vivirla en secreto. La imposibilidad de ser uno mismo, de cumplir nuestros deseos y el esconderse como única manera de seguir adelante. Es una película de anhelos, de frustraciones y lágrimas, pero también de afecto, caricias y sonrisas. Me ha llenado de vida y me ha roto el alma por igual.
Tal vez deba pedir otro café mañana. Este estuvo delicioso.
Día 4
Hoy entraba por primera vez en el Teatro CCB. Proyectaban Los caballos mueren al amanecer (2022) de Ione Atenea. Qué gusto me dió ver aquellas imágenes, aquellos recuerdos que nacían al entrar en aquel hogar. Junto a la memoria de los hermanos García también parte mi memoria. Me acuerdo de mi padre al ver esos cómics de Bruguera, pues también invaden mi hogar. En general, el mundo del cómic siempre ha estado presente en casa, pasando a ser algo inherente en la sangre de mi familia. Aprendí a leer con Don Mickey, y a día de hoy me acompañan Tom King, Jack Kirby o Neal Adams en la mesita de noche. Encontramos, por otro lado, la cultura del Lejano Oeste de la que, de nuevo, mi padre mamó toda su vida y pasó casi a modo de testigo a sus dos hijos. Si de pequeño hasta vimos capítulos de El Llanero Solitario, cómo no se me va a poner una sonrisa en la cara al verle, ahora, en este documental.
Pero no solo de nostalgia vive la película, pues más allá de satisfacciones personales, lo verdaderamente interesante se encuentra en ese intercambio de miradas entre el artista y su obra, pero todo visto y contado a través de los ojos de una espectadora, como lo es en el fondo la propia Ione. Vemos los restos de tres personas y lo que dejaron en el mundo tras de sí, y con esas piezas esbozamos sus vidas, sus pensamientos, pero también lo que sintieron. Así, conforme avanza, la película acaba convirtiéndose en el relato de tres vidas, en la memoria expresada a través de imágenes.
A continuación regresaba a Meritxell Collel, y veía La ciutat a la vora, su pequeño proyecto dentro de uno más grande como lo es Sinfonías de Ciudad. Una serie de piezas que recogen el testigo de la mano de Vertov o Ruttmann en busca de captar los lugares que habitamos y recorremos día a día, pero que a su vez ignoramos por completo. En el caso de Meritxell, esta recorre el camino entre Torre Baró y Vallvidrera, y filma lo que allí, entre esos dos lugares, transita, vive y respira. Una serie de rostros, hojas o la misma tierra, que vemos al unísono que escuchamos el cantar de los pájaros, pisadas o el fluir del (cómo no) viento. Un valor dado a la imagen y al sonido que supera las barreras convencionales narrativas para permitirse contemplar, simplemente, lo que encontramos ante nuestros ojos. Y no había cineasta que pudiera encajar mejor en este proyecto, pues Meritxell vuelve a esos diarios filmados que encontrábamos repartidos a lo largo de Dúo. La película está construida como si de un cuaderno de anotaciones se tratase, pues leemos y escuchamos las reflexiones que transcurrieron por su cabeza en el momento, y a su vez vemos las imágenes que pasaron ante sus ojos y dieron pie a estas. Logra dejar captado el momento, dándole un valor al presente indescriptible, para a su vez convertirse en un material que dejará constancia del pasado en un futuro.
Me acordé de la práctica que hicimos para clase que consistía, precisamente, en esto mismo. Fuimos varios amigos a filmar juntos al parque de la Ciudadela, captando pequeños momentos en vivo, inconexos entre sí, para después unirlos en montaje y darles un sentido. Un pequeño ejercicio bastante curioso, pero del que me quedo ante todo con la experiencia. Qué divertido fue ver cómo iban surgiendo cosas ante la cámara, una detrás de otra. Estoy seguro de que Collel se lo pasó igual de bien.
Me habría gustado hacer lo mismo ahora y caminar hasta casa, deteniéndome durante el camino a observar lo que me rodea. Pero es tarde, y cojo el metro.
Día 6
Bergman Island (La Isla de Bergman, 2021) de Mia Hansen-Løve se ha coronado como mi película favorita de la sección oficial del D’A Film Festival. Conforme iba avanzando y se desarrollaba me fascinaba más y más. Es una película cuya verdadera naturaleza no tiene prisa por mostrarse, desplegándose sobre sí misma poco a poco. Ya avanzada la película, Mia Hansen-Løve decide dar un giro que no desvelaré, y ahí, justo ahí, es donde radica y se desvela toda su magia. Una película que empieza hablando del amor de dos cineastas (en realidad es sola una, Mia) hacia uno de los mayores exponentes de este arte, Ingmar Bergman. Pero conforme avanza vemos que estamos ante una oda hacia el propio cine como vía de expresión y liberación. Pues es, a través de él, como Chris (que es, de nuevo, la propia Hansen-Løve) consigue canalizar sus propias emociones, sus inseguridades, sus deseos (in)alcanzables, sus miedos interiores. El cine como medio de desahogo, como única posibilidad de purgar el alma. El deseo de narrar historias y sensaciones, pero ante todo de vivirlas. Aunque supongo que el cine es, en sí mismo, la manera de hacerlo.
A día de hoy no dejo de pensar en ella, es una película en la que me quedaría a vivir. A vivir en esa discoteca, en aquella playa, en sus caminos mientras pedaleo en bicicleta.
Y qué les pasó el pasado año con las secuencias de baile en plena fiesta y por qué son tan maravillosas. Entre Titane, La peor persona del mundo y ahora La isla de Bergman estamos servidos.
Dentro de media hora empieza Dangsin-eolgul-apeseo (Delante de ti, 2021) de Hong Sang-Soo. ¡Qué ganas le tengo! Me encuentro al salir del teatro a Gerard, mi profesor de Historia del cine. ¡Qué alegría volver a verle! era lo último que me esperaba. Charlamos sobre el festival, Terence Davies, Hong Sang-Soo, hablar sobre Dune nos lleva a Marvel y esta a James Gunn y su Peacemaker y de aquí a las plataformas, y acabamos hablando de Fellini hasta que las luces se apagan y sale el logo de Atalante. Conversación curiosa como pocas.
Delante de ti, se titula la obra. Delante de mí está una pantalla enorme sobre la que se proyecta la última obra de Sang-Soo. Delante de mí se proyecta la vida misma. Miradas, gestos, risas, lágrimas que caen.
Un año más, Hong Sang-Soo lo vuelve a hacer. Su cine podría ser considerado perfectamente como el anticine. Planos generales o medios, estáticos, de más de diez minutos de duración que no sirven más que para mostrar un diálogo entre dos actrices. Lo que hace Sang-Soo es teatro filmado. Pero, ¡qué demonios!, él lo hace de manera especial. Su cine no debería funcionar, pero lo hace. Crea auténtica magia. Aquí las emociones no llegan a través de encuadres o angulaciones, o cualquier otro elemento del lenguaje cinematográfico. Sang-Soo antepone la creación de una atmósfera en la que hacerte sentir cómodo, y es cuando te das cuenta de que llevas un buen rato acompañando a los personajes mientras pasean, hablan, discuten o beben, que te sientes verdaderamente a su lado. Lo que se respira es quietud, una paz, para mí sanadora. A decir verdad, siento sus películas casi como sesiones de terapia. Las reflexiones llegan a cada diálogo, pero también las divagaciones, las miradas perdidas y los suspiros. Es, entonces, cuando las emociones afloran. Tardan en llegar, pero cuando lo hacen, se sienten como nunca. Y entonces aparecen los créditos, y tan solo deseas poder quedarte con estos personajes unos minutos más. Por suerte para nosotros, siempre tendremos el encuentro anual en salas con el director, regresando a sus personajes. Pues, en el fondo, estos casi se podría decir que son los mismos y que, a lo largo de su filmografía, son vistos en distintos momentos de sus vidas.
Al acabar la película, delante de mí se encuentra Gerard, y ahora caminamos hasta el metro. Volvemos, cómo no, a hablar sobre cine; de la película que acabamos de ver, que a él también le gustó, pero también de todo un poco. Mañana coincidiremos en la sesión de Abrázame fuerte. Nos despedimos y le digo que me alegro de verle. Y es verdad. Echo bastante de menos sus clases. Qué tío más guay es.
Día 7
Qué sorpresa más bonita fue Serre moi fort (Abrázame fuerte, 2021) de Mathieu Amalric. No esperaba absolutamente nada al entrar en la sala y acabó convirtiéndose en una de mis favoritas. Es el único caso en todo el festival en el que me acercaba a una película por sus intérpretes y no por la persona tras la cámara, pues no había visto nada de Mathieu Amalric. Pero el de Vicky Krieps es uno de los rostros más interesantes y expresivos que nos ha dado el cine en los últimos años a mi parecer, y a El hilo invisible o La isla de Bergman me remito.
La de Amalric resultó ser una película interesantísima. Lo que plantea es un diálogo entre presente y pasado, para finalmente entablar conversación incluso con el futuro. Y para hacerlo, se apoya en un recurso narrativo hoy día a veces olvidado o, mejor dicho, dejado de lado, aunque es la verdadera esencia del cine: el montaje. Así, nos encontramos con un montaje colocado en su merecida posición, acrecentando su valor expresivo y siendo la auténtica naturaleza de la película. El tiempo aquí se pliega, se retuerce, pero también se estira. Un poco en sintonía con su historia, una de pérdida, añoranza, nostalgia y tristeza; también de superación, de continuar hacia adelante.
Me ocurre como con La isla de Bergman, conforme pasa el tiempo pienso más y más en ella, y no para de crecer en mi cabeza.
Día 8
Aquellos nervios del primer día, que ya parecían olvidados, regresaron de nuevo. Hoy era el día de la reunión con los demás miembros del jurado, y fue inevitable que todas esas dudas e inseguridades que tenía no volvieran a mi cabeza. A lo largo de esta semana había visto las ocho películas que debíamos valorar, tomando anotaciones que pudieran reforzar argumentos tanto a favor como en contra de las propuestas. Aún así, sentía que me faltaba algo, que no estaba preparado para aquel encuentro. Eran las seis de la tarde, era la hora. Ante el pánico, los problemas surgieron. Íbamos a vernos a través de Zoom. Hacía lo imposible para conectarme, pero no podía. Nada iba bien. Qué viejo me siento ante estas situaciones. Logré acceder unos minutos más tarde, justo cuando Carlos Ríos, director del festival, y Elodie Mellado, editora de Filmin, estaban terminando de presentar la deliberación y de agradecernos el estar ahí.
Los problemas técnicos se solucionaron, y tardé poco en sentirme como en casa. Tenía miedo por no saber qué decir, cómo iba a funcionar, ¿y si decía tonterías?, ¿y si no aportaba nada? Las palabras salieron solas, y en cuestión de dos minutos ya estábamos todos charlando y debatiendo sobre las películas, del por qué debíamos darle el premio a tal o cual propuesta. Acabamos discutiendo entre Sabirsizlik zamani (Time of Impatience, 2021) de Aydin Orak y Nuestros días más felices (2021) de Sol Berruezo Pichon-Rivière. Mi mayor disgusto contra la que más me llegó. Al final, siempre terminábamos decantándonos por las virtudes de Nuestros días más felices, y le otorgamos el premio a Sol Berruezo. Después nos pidieron que justificáramos por escrito nuestro veredicto, que igual fue lo que más nos costó. ¿Cómo simplificar todo lo que habíamos dicho? Al final logramos sintetizar en tres líneas las treinta razones que cada uno dábamos. Tras ello nos despedimos. Fue una experiencia estimulante encontrarme con seis desconocidos a los que nos unía la misma pasión por el cine, seis miradas jóvenes que tanto compartían entre ellas. Fue imposible no sentirse en sintonía. Pensaba ir a ver Costa Brava, Líbano (2021) de Mounia Akl después de la reunión, pero esta había durado casi dos horas. ¡Qué rápido se me pasaron!
Día 9
A la mañana siguiente fui a ver Doctor Strange in the Multiverse of Madness (Doctor Extraño en el Multiverso de la Locura, 2022) y esperando en la cola para entrar me encontré a Arnau, uno de los miembros del jurado de ayer. Fue agradable encontrarnos en persona y traspasar las pantallas. Supongo que hasta cuando me alejo, el D’A termina por encontrarme. Me quedé con ganas de haberle visto a la salida.
Día 11
Y entonces… llegó el último día del festival. El día anterior no pude asistir a la clausura de este, que cerraba con Cinco Lobitos (2022) de Alauda Ruiz de Azúa, pero logré verla por la mañana en su segunda sesión. Es una de las películas españolas más aclamadas del año, con el triunfo del Festival de Málaga a sus espaldas, entre otros. Y lo comprendo. Es una película de la que se ha hablado mucho estos días. Esta vez, lo único que diré es que, al igual que Amaia estará deseando ver crecer a su bebé, yo estoy deseando ver cómo crece la filmografía de Alauda, fuerte y sana.
Y, finalmente, llegaba la última proyección del festival: Diários de Otsoga (Diarios de Otsoga, 2021) de Maureen Fazendeiro y Miguel Gomes. Termina con los acordes de The Night, de Frankie Valli & the Four Seasons, y aunque no salí especialmente contento, creo que no había mejor manera de acabar el D’A Film Festival.
Faltan unos minutos para que el reloj marque las doce de la noche, y con ello acabe el día. Ha sido una semana intensa de ver películas sin descanso. Todo el día giraba en torno al festival, yendo de sala en sala, y de sala a la televisión. Pero ay, cómo la he disfrutado. Ha sido una experiencia bellísima. Qué nervios sentía al principio, mientras hacía mi propia parrilla de películas, y qué tristeza cuando veía que esta se acababa. Dentro de las vistas en salas, salvando un par de excepciones, todas me han llegado y se quedarán conmigo. Ha sido un cine distinto, un soplo de aire fresco pues a cada película nos encontrábamos una mirada diferente y personal. Me llevo a casa el descubrimiento de Meritxell Collel, tan sorprendente como el que se debió llevar Ione Atenea al entrar en aquella casa abandonada (y nosotros con ella); la quedada anual (o mensual a estas alturas) con Sang-Soo, esta vez adelantada; me quedo con el calor de Terence Davies; y el amor a primera vista surgido con Mia Hansen-Løve. Y, cómo no, me llevo en el alma a Alcarràs, pero de eso ya hablé demasiado.
Me quedo con los coloquios, con las caras de nerviosismo e ilusión de las artistas, contemplando así mismo los rostros de quienes acababan de ver su obra. Escucharles hablar, ver sus ojos brillantes. Me quedo con los rostros de Meritxell, Ione e Yngvild Sve Flikke, a quien además tuvimos el lujo de ver acompañada por Inga Sætre (autora del cómic original), Karen Gravås (montadora) y Kristine Kujath Thorp, actriz principal, tras la proyección de Ninjababy (2021).
Y si con algo me quedo por encima de esto, es con el ambiente, los encuentros inesperados, las conversaciones entre película y película. Los aplausos, el aire que se respira. Las idas de un lugar a otro, el estar constantemente rodeado de cine, a todas horas. De vivir cine. ¡Cuánto me gustan los festivales y cuánto los echaba de menos!
En este texto he querido descubriros las películas que más disfruté, pero también he intentado, precisamente, dejar plasmadas las sensaciones que se viven en un festival de cine. Si algo os recomendaría más allá de todas estas películas, es asistir a uno, a todos los que podáis. Espero que parte de la magia del festival se haya visto reflejada en todas estas palabras.