Imagino que debería empezar este texto yendo directamente a la magnífica película que vi en los cines Verdi. No obstante, no puedo contenerme y debo poneros en contexto de cómo fue mi experiencia cinematográfica en la jungla de la crítica barcelonesa.

Me puse mi mejor ropa. Estaba nerviosa porque era mi primer pase de prensa y quería hacerlo bien: estar pendiente de todo, analizar bien el filme, disfrutar de la película, igual hacer un contacto, parecer adulta… La realidad no pudo ser más alejada de lo que esperaba. Tan solo entrar en la sala pude reconocer una aplastante verdad: el 95% de los acreditados eran hombres. Mayores de 60 en su mayoría. Delante de mí, todas las cabezas blancas empezaron a gritar (que no hablar) sobre las mejores butacas de cine para follar en Barcelona. Y he citado literalmente.

Después de que compartieran algunas que otras impresiones sobre el mismo tema empezaron a desviar su atención hacia la película que acababan de ver en otro cine. ¡Y qué bien! Pensé. Van a hablar de algo interesante… El caso es que sus comentarios de la película se resumieron en: «Es una puta mierda» «Me fui a la mitad, escribiré algo y ya».

La película se retrasó unos 5 minutos y ellos se enfadaron mucho. A mi me sirvió para hacer un ejercicio de meditación y alejar mi atención de los espectadores que tenía alrededor. Poco a poco, entre respiraciones largas y pausadas, el cine cobró vida.

Close, el segundo largometraje de Lukas Dhont, empieza con unas voces en off de los dos jóvenes protagonistas jugando en un tipo de ruinas abandonadas. Y ya en esas miradas, en cómo echan a correr, en cada palabra que comparten, se intuye una relación única. Las primeras secuencias del filme ponen sobre el lienzo las pinturas sobre las que Lukas dibujará después un paisaje sobre la amistad, la inocencia, el bullying, el temor y las inseguridades.

Al principio de la película el director nos inunda en un entorno lleno de amor. Amor libre, seguro, confidente. Leo y Remi, son dos amigos que comparten todo el tiempo posible juntos. Sin nadie que les mire y sin nadie que les juzgue.

El primer punto de inflexión, no obstante, un momento que resulta ser tremendamente cercano a mí, es la llegada de ambos al instituto. El cambio de la escuela al instituto fue una experiencia realmente desgarradora para mí y Dhont logró hacerme sentir lo mismo que sentí hace más de 12 años. A través de una increíble dirección de actores y una muy honesta puesta en escena, el director nos pone al lado de los protagonistas en este nuevo entorno lleno de miradas, y más miradas, que acorralan a los personajes y les harán dudar de si mismos y de lo que comparten.

Al fin y al cabo, la película es un viaje sobre la metamorfosis de niño a adolescente y de cómo de crueles pueden ser unos espacios que deberían estar llenos de aceptación, luz y amor. La relación entre ambos protagonistas se empieza a curvar por motivos que ni ellos logran descifrar y justamente el alejamiento que sufren llevará a la película a romperse del todo en dos.

Sin entrar en spoilers, la segunda parte de la película es un recorrido muy distinto al inicial, que nos hace volver a la primera parte de una forma difusa y dolorosa a través de la culpabilidad, la vulnerabilidad y el perdón. Dhont a través de las imágenes, igual de devastadoras que potentes, logra hacer una reflexión muy delicada sobre el poder de las amistades en la infancia y adolescencia. Aún no tengo 25 años, pero puedo asegurar que gran parte de mí se encuentra a veces divagando en estas épocas, y entiendo mucho de quién soy ahora gracias a las amistades que nacieron en esos años.

El director no obstante, lleva al protagonista principal a sitios a los que no querrías llegar nunca. Habla de lo difícil que es intentar comprender la mente de nuestros amigos: a veces se nos presentan fáciles de leer, y otras en forma de jeroglíficos. Consigue hablar de todo ello a partir de silencios ensordecedores que afloran emociones y que llevan a la película a desembocar lentamente, en su forma, en algo más melodramático.

Sin duda, de todas las decisiones que se tomaron en esta película, una de las que más me asombró fue el aproximamiento a lo físico. Hay escenas muy bien trabajadas en torno al contacto entre los personajes principales. En ocasiones, sobre todo en estas edades, el detonante de todo lo que nos cuesta expresar suele ser el contacto. Un abrazo en un momento concreto puede desencadenar un mundo que estaba enterrado bajo tierra.

A veces es solo una caricia o apoyar el hombro sobre alguien o coger de la mano. Gestos que deberían estar protegidos siempre y jamás castigados. Porque es a veces en estas acciones que encontramos los espacios de seguridad y amor. Espacios que en la película se buscan y que algunos logran encontrar. Mientras que otros quizás, hubieran necesitado tener más.

 

 

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