Pedro Costa, la verdad en el cine
Con motivo del ciclo que se proyectará en Filmoteca de Catalunya sobre el cineasta portugués Pedro Costa y la exposición «Canción de Pedro Costa» que puede verse hasta el 23 de abril en La Virreina, le dedicamos este texto.
Pedro Costa, guionista y director de cine nacido en Lisboa, es hoy uno de esos cineastas que rompen esquemas, un autor al margen de la industria, que impone por sobre todas las cosas la libertad creativa y la sensatez a la hora de narrar.
Al abordar su obra es imprescindible tener presente el barrio Fontainhas, un barrio marginal a las afueras de Lisboa. En el año 1995, Costa rueda Casa de lava en Cabo Verde, antigua colonia portuguesa. En el rodaje se acerca a los habitantes de la isla, intimando y haciendo amistad con algunos de ellos. Varios de los habitantes tienen su familia dividida entre Cabo Verde y Portugal. Así que al terminar el rodaje le piden que, ya que él se va de vuelta a Lisboa, entregue a sus familiares migrantes las cartas que habían escrito para ellos. Es así como, haciendo favores, es decir, llevando cartas desde Cabo Verde a Lisboa, más específicamente al barrio Fontainhas, donde vivían muchos de esos inmigrantes, como conocerá a quienes serán los personajes de sus siguientes películas; Vanda Duarte, Ventura y Vitalina Varela. Habitantes de un barrio lleno de drogadictos, de personas que a duras penas consiguen suficiente dinero para sobrevivir, y que se interpretan a ellos mismos en las películas de Costa. Nos invita a recordar a uno de los grandes referentes de Costa, el gran Robert Bresson, que en sus Notas sobre el cinematógrafo decía “Nada de actores (nada de dirección de actores). Nada de papeles (nada de estudio de papeles). Nada de puesta en escena. Sino el empleo de modelos, tomados de la vida. SER (modelos) en lugar de APARENTAR (actores).” Y es que por lo anterior, a Costa se lo ha situado en un lugar confuso, entre el documental y la ficción. No obstante, si bien sus películas son crudas, con altas dosis de realidad, con personajes que no cuentan otra cosa que lo que conocen, lo que vivieron, la voluntad de las películas no es informativa, sino narrativa. Es una manera de hacer cine, de hacer ficciones. Es la manera en la que Pedro Costa cuenta historias, siendo su función como “guionista” y director escogerlas y dejarlas volar.
Así, su obra maestra, En el cuarto de Vanda, es una película hecha entre la habitación de Vanda (una joven drogadicta), y las calles del barrio Fontainhas, durante el momento histórico en que el barrio estaba siendo demolido, y sus habitantes reubicados. Es considerada su obra maestra, porque recoge todos los elementos característicos de su obra, además de marcar un hito en su filmografía: El momento en el que Costa decide hacer cine al margen de la industria.
La primera pregunta que nos hacemos al enfrentarnos a la película es ¿Cómo puede sostenerse una película rodada, en gran parte, en una habitación diminuta, habitada por una drogadicta que recibe visitas de su hermana (también drogadicta), y sólo de vez en cuando de algún hombre? Sin duda alguna, la sensación es de claustrofobia. La habitación se convierte en un personaje más. Pero un personaje sumamente ambiguo: un infierno del que es imposible escapar, ese pequeño espacio en el que apenas hay una cama en la que calentar la heroína; así como también el único sitio en el que Vanda está a salvo del mundo, de la maquinaria destructora del barrio Fontainhas.
Dramáticamente, es el movimiento constante el que sostiene la película en la habitación. Un movimiento que acontece en el interior del espectador, a partir de dos hermanas que, mientras preparan la droga que van a consumir, tienen reminiscencias de su infancia, hablan de lo que alguna vez fue y ya no es. Es en este punto en donde Pedro Costa pierde, de alguna manera, el control de la película. Si bien es él quien escoge en sala de montaje los fragmentos que entran a la película y los que no, son Vanda y su hermana las que deciden qué decir y que no. El director se convierte en algo fiel a lo que Tarkovsky llamaba un “escultor del tiempo”, un artista que – igual que el escultor que con su pica moldea el màrmol, dejando intacto aquello que es figurativo, ese pedazo de piedra que se convierte en arte – escoge aquellos fragmentos de la vida de sus personajes dignos de convertirse en arte. Es el caso de filmes como Vitalina Varela y Caballo dinero, películas en las que tanto Vitalina como Ventura se interpretan a sí mismos: son, no aparentan. Los diálogos que llegan al espectador no han sido escritos por un guionista, han sido escritos (improvisados) por los actores. Aunque bien hay que aclarar que en filmes en donde no son precisamente los protagonistas, estos mismos actores no profesionales pueden salir un poco de su personaje ordinario e interpretar a uno ficticio, de manera clásica. Tal es el caso de Ventura, que en Vitalina Varela interpreta a un hombre llamado Ventura, con su misma historia de migración, pero que, a diferencia del actor en la vida real, es un sacerdote cristiano; o la misma Vanda, que antes de tener un papel protagónico en su propia película, interpretó a una mujer del servicio doméstico en Ossos.
Así, los actores principales se siguen interpretando a sí mismos más allá del cine, son un personaje que no desaparece tras los títulos de crédito: Vanda sigue con su consumo de heroína, Ventura con sus traumas de infancia, Vitalina con el dolor de la traición de su marido, para quien construyó una casa que éste jamás ocupó (En el cuarto de Vanda, Caballo dinero, Vitalina Varela, respectivamente). Es un rasgo profundamente sentimental, conmovedor. Y sin embargo, Costa nos lo enseña con una distancia que parece no permitirnos acercarnos como deseamos. En cambio, los momentos de quiebre o catarsis se plantean en planos generales, donde el espectador pierde de vista las lágrimas que humedecen las mejillas del personaje, los gestos de su rostro; así como la iluminación de los planos termina envolviendolo en las sombras, de manera tal que es imposible identificar con detalle los gestos del actor. Pero el resultado es muy potente: sus planos generales nos rompen el corazón. La cuestión es que, si bien no es la manera en la que el cine se ha encargado de mostrar estos momentos a lo largo de la historia, es la manera en la que realmente suceden. Las personas se rompen a llorar en la soledad de su habitación, en las sombras donde nadie las ve, donde nadie les tiende la mano. Eso nos lleva a encontrarnos con otro director que tiene una enorme influencia en Costa: Yasujiro Ozu. Un director cuya filmografía se plantea en planos de escala amplia. Un director que, como Costa, cree en el movimiento que tiene la imagen estática si lo que plantea en términos emocionales e intelectuales es lo suficientemente poderoso, y cuyas películas construyen momentos muy dramáticos a partir de premisas aparentemente austeras. La razón es la veracidad que esconde la película, creemos en los personajes y es por ello que captamos el más mínimo detalle en cada plano.
Antes de En el cuarto de Vanda tuvo un gran éxito con Ossos (huesos), una película en la que se trabaja con un guión escrito y personajes ficticios. Dramáticamente bien construida, con puntos de giro contundentes y arcos de personaje completos, un filme clásico. La película se hizo de manera industrial, es decir, con un gran equipo de rodaje y productores detrás. Aunque en mi opinión es igual de fascinante a toda su filmografía posterior, Pedro Costa quedó hastiado de la experiencia, del compromiso que supone trabajar con tanto dinero en juego, con un plan de rodaje que se debe cumplir a cabalidad porque involucra a decenas de trabajadores.
En las conversaciones con Pedro Costa que recoge el libro Un mirlo dorado, un ramo de flores y una cuchara de plata, el director nos cuenta la manera en la que se rodó En el cuarto de Vanda. Se trata de Pedro Costa en la habitación de Vanda, con un trípode que sostiene la cámara y otro que sostiene un micrófono. Tan sólo en ocasiones el sonidista Philippe Morel se aparecía por el barrio y ayudaba a capturar los diálogos, o hacía un banco de sonidos. No hubo director de fotografía ni de arte, así como tampoco operador de cámara, gaffer… Es la manera en la que Pedro Costa hace películas a partir de entonces.
Profundizar en la filmografía de Costa es una maravilla. En ella podemos encontrar varios elementos al margen de la narración, que nos dejan fascinados: La importancia que el plano general otorga al espacio, pero un espacio que tiene valor sólo en la medida en que es habitado por un personaje. Un espacio que está separado del mundo, bien sea por su luminosidad que lo separa de la oscuridad del fondo, o por el reconocimiento que reciben los umbrales en los planos de Costa, puertas y ventanas que nos recuerdan que, aunque afuera hay todo un mundo habitado por miles de millones, el de adentro es también un mundo lleno de historias. Con referencia a los espacios también podemos abarcar el concepto de laberinto, recovecos por los que los personajes se mueven con naturalidad, pero de los que les es imposible escapar, y que evocan los laberintos morales a los que se ven enfrentados. Así como también podemos reconocer elementos que no hacen parte de lo visible en pantalla, como lo son las casas de Ventura y Vitalina, que o bien se quedaron hechas a medias o bien están siendo destruidas por el paso del tiempo, sin que los personajes quieran reconocerlo; casas que representan el tiempo, la muerte, el pasado, la nostalgia… Son más bien un reflejo del estado del alma del personaje.
Pedro Costa es un director interesante para cualquier cinéfilo. Afortunadamente, el panorama que ofrece la ciudad de Barcelona es bastante alentador para aquel que desee atreverse a explorar su obra. Por un lado, el Palacio de la virreina tiene, hasta el 23 de abril del 2023, la exposición “Canción de Pedro Costa”, una instalación en donde es posible ver fotografías de sus personajes más emblemáticos, así como tener acceso a fragmentos que no aparecen en sus películas, fragmentos en los que Costa da libertad a sus personajes para cantar y evocar la otra gran pasión del director: La música. La exposición es bastante coherente con las vibras de la filmografía de Costa, se trata de un laberinto de habitaciones muy oscuras, apenas iluminadas por los proyectores que contienen las imágenes antes comentadas. Cuenta también con piezas exclusivamente producidas para la exposición. Además, la entrada es gratuita, de martes a domingo, de 11:00 a 20:00.
Por otra parte, en Filmoteca de Catalunya se programará en el mes de enero una retrospectiva de la filmografía de Pedro Costa, que empalma con la visita guiada que hará el director a la exposición del también director portugués Manoel de Oliveira.
Es una hermosa oportunidad para conocer su filmografía y ampliar nuestra visión del cine. La invitación es a participar en los eventos venideros.