LatCinemaFest. 1 (El árbol rojo y Vicenta B.)

Con motivo de la celebración del Lat Cinema Fest que organiza Casa Amèrica Catalunya y con el cual colabora ECIB, iniciamos la publicación de las crónicas de las películas que formaran parte de la programación del Festival entre los días 15 y 19 de este mes de marzo.

El árbol rojo. Joan Gómez Endara (Colombia)

Un país en guerra por más de 50 años, una familia destrozada por el abandono de un padre ausente, y un hombre que emprende un viaje para romper la espiral de severidad que ha envuelto su vida. El árbol rojo nos lleva a atravesar Colombia, desde la Guajira hasta Bogotá, de la mano de Eliécer, un hombre de la costa caribe que se ve obligado a emprender este viaje cuando un extraño le trae a casa a Esperanza, su medio hermana. El padre de ambos ha muerto, pero Esperanza es una niña pequeña, y Eliécer se encargará de llevarla a Bogotá, donde reside la madre de la niña, que decidió abandonarla recién nacida. A lo largo de la película, Eliécer se enfrenta a sus conflictos personales, entre ellos la relación con su padre y su retirada de la música. Pero la presencia de la inmaculada Esperanza le hace replantearse como se enfrentado a su pasado. Sin embargo, la batalla con sus demonios internos se verá interrumpida por la violencia en la que el país está inmerso, convirtiendo esta aventura por carretera en una caminata por la cuerda floja.

La película está concebida con un minimalismo que conmueve; sería, citando al escritor Horacio Quiroga, como “una novela depurada de ripios”. Los conflictos a que se ven enfrentados los personajes se resuelven fuera de cuadro, en las elipsis, concentrándose el director en mostrar el origen y el clímax emocional de la escena. De esta manera anula el sinsabor que podría ocasionar en el espectador el hecho de ver como los personajes se enfrentan a conflictos que sortean con cierta facilidad, pues pone en sus manos la responsabilidad de reconstruir en su cabeza el inicio y final de dichos conflictos. El espectador se siente más cercano a los personajes, en la medida en que los diálogos inconclusos, las preguntas sin respuesta, y las escenas cortadas en medio de una mirada inquisitiva, se completan en su mente y se ven luego confirmadas por las secuencias posteriores.

Los símbolos son algo presente a lo largo del viaje. Por un lado tenemos al pajarito, que aparece en la primera secuencia de la película; vuela libre en el campo abierto de La Guajira, y escucha y responde a los silbidos de Eliécer, que sólo sabe comunicarse con las melodías de sus silbidos, aun cuando las reprime y se niega a tocar la gaita. Pues bien, el pájaro no volará a su merced durante toda la película, ni contestará a los silbidos de Eliécer, y es una pieza clave en la que el conflicto familiar se ve reflejado. Así también el árbol rojo, que da el nombre a la película, es un recurso utilizado con precisión para que los personajes de Eliécer y Esperanza empaticen, en la medida en que los acerca como hijos del mismo hombre, un señor que excusaba sus ausencias irresponsables en la búsqueda de un árbol rojo.

Es el plano personal el que se profundiza a lo largo de la película, pero las problemáticas sociales que envuelven al país no son más que un reflejo del conflicto individual, siendo así que sus soluciones son análogas. Hay por parte de Eliécer un rencor enorme hacia su padre, un músico legendario de La Guajira, que lo abandonó siendo apenas un muchacho. Este rencor se manifiesta en el rechazo de Eliécer hacia la gaita, el instrumento que su padre le enseñó a tocar, y que en el fondo ama. La gaita toma nuevas connotaciones en la medida en que Eliécer deja el rencor atrás; la historia nos lleva por el camino de la reconciliación y el perdón, la única manera de curar las heridas. Pero no solo se refiere a las heridas entre un hijo y su padre fallecido, sino a una patria en guerra que repite los mismos errores, los mismos odios durante décadas, quedando atrapada en la violencia. Si Eliécer logra romper el círculo vicioso del abandono, del egoísmo, aun a pesar de ser víctima de él, entonces Colombia también debería ser capaz de salir adelante en cuanto a sus problemáticas internas.

Es así como se hace indispensable la mención de un tercer personaje que los acompaña durante el viaje: Toño, un joven que va a Bogotá con el sueño de convertirse en boxeador profesional. Si Eliécer representa al hombre mayor y Esperanza la infancia, Toño es la cara de la juventud colombiana. Su ímpetu y deseos de triunfar lo llevan sin remordimientos por los caminos fangosos de Colombia, pero nuevamente, los poderes que luchan por el control del país se imponen a las esperanzas de este joven, como a la de tantos otros.

Si hay una razón para ver la película, es por la manera en la que logra moverse entre el plano más íntimo -dándonos la oportunidad de empatizar con unos personajes maravillosos- y el de la problemática social, que en última instancia se convierte en un elemento que universaliza las vivencias de nuestros personajes. En otras palabras, a partir del individuo se abarca también el conflicto de una nación entera, y por qué no, de la humanidad toda. Ambas caras están tratadas con la delicadeza y rigor que se merecen, haciendo de ésta una película conmovedora que abarca al hombre en su más pura sustancia.

 

Vicenta B. Carlos Lechuga (Cuba)

Vicenta habla con los muertos a través de las barajas, y brinda consejo a quienes van a su encuentro en busca de ayuda. Pero cuando su hijo, Carlitos, se va de casa a buscarse la vida por el mundo, los poderes de Vicenta desaparecen y la deja sumida en dudas. La pregunta que el film se plantea responder es ¿Cómo recuperará Vicenta sus poderes? Para responderla, es evidente que hace falta conocer la razón por la cuál los ha perdido, y es este el camino que recorre a lo largo de la película.

La trama es sin duda un reto enorme para un director, construir una película alrededor de la fe, de aquello que es impalpable pero tiene unas consecuencias tan vastas en el mundo. Si algo logra Carlos Lechuga a través de la planificación es expresar ese conflicto que hay entre Vicenta y su propia fe; fraccionar su cuerpo, apartando en encuadres distintos las barajas y su rostro a lo largo de la película, es un medio elocuente para materializar este conflicto, que se anuncia desde la primera secuencia.

Aún cuando el tema de la película es la fe, la trama parece ser menos constante, y el conflicto por momentos no queda muy claro. Vicenta tiene un primer problema, que es la partida de su hijo, a raíz de la cuál pierde sus poderes, pero cuando busca recuperarlos, un nuevo conflicto de mayor envergadura cae sobre ella, y perdemos de vista durante un buen tramo de la película el tema de los poderes de Vicenta, para concentrarnos en su nuevo problema. El nuevo conflicto que se plantea está bien desarrollado y dota a la película de una carga dramática superior a la que hasta el momento tenía, pero en mi opinión es un arma de doble filo, pues no permite que el tema de la fe se desarrolle a fondo, y el mismo se queda cojo en cuanto a verosimilitud, por no darnos el tiempo suficiente para asimilarlo.

Durante el visionado, me encontré con momentos emocionantes que me hicieron sentir partícipe de la narración, momentos en los que el personaje no dice una palabra, pero sé exactamente lo que siente. Sin embargo, en referencia al mismo tema, me quedó un sabor agridulce, pues si bien hay situaciones que funcionan dramáticamente por lo tajantes y exigentes que son para con el espectador, por momentos también cae en unos diálogos sobre explicativos, donde los personajes dicen exactamente lo que piensan, o incluso un tercer personaje entra en escena para, con sus palabras, contarnos lo que pasa por la mente de Vicenta. Aquellos momentos que califico como emocionantes, son los que están más a tono con la película, en la medida en que se plantean desde una cierta distancia emocional, que se ve reflejada en las interpretaciones de los actores, también distantes y sobrias, y son consecuentes con la austeridad material del conflicto, un conflicto de ideas. Por lo anterior, aquellos momentos en que se da pie a la dramatización de las situaciones por parte de los actores, rompen para mí con esa austeridad que construye la película, y están fuera de tono.

La sensación con respecto a los diálogos es igual; hay sin duda una gran intención detrás de ellos, que por momentos logran conversaciones fluidas en las que nos olvidamos de estar viendo una película; pero hay otros que, con la intención de ser naturales, dan la impresión de ser interpretados por los actores tal cuál están escritos en el guión.

En términos generales, creo que es una película con grandes aspiraciones narrativas, que genera altas expectativas en el espectador, y que sin duda tiene momentos de lucidez que nos acercan a la materialización de algo tan metafísico como la fe. Esos momentos le dan un enorme valor a la película y al director, que en su tercer largometraje se embarcó en una aventura descomunal, con la que solo se han atrevido los colosos del séptimo arte.

 

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