Víctor Gaviria, reivindicador de la realidad

Víctor Manuel Gaviria constituye el nombre de uno de los cineastas colombianos neorrealistas fundamentales de las últimas tres décadas. Gracias a su voz reivindicadora y mirada auténtica, se ha convertido en el portavoz de las calles de un pueblo, Medellín, dónde creció y se empapó de experiencias, conocimientos y valores, los cuáles posteriormente utilizó cómo base de su creación literaria, cinematográfica y artística.

Gaviria creció con un padre que grababa la cotidianidad de su vida en 8mm. Memorias cómo bodas, cumpleaños, días en fincas cafeteras y un gran etcétera, quedaban grabadas en película para posteriormente ser proyectadas en casa. La grabación y visualización de momentos e historias, se convertía en una experiencia natural.

Después de grabar varios documentales, cuándo quiso iniciarse en la grabación de largometrajes de ficción neorrealista, Victor Gaviria se encontró con un obstáculo: el cine colombiano, el cual se fundamentaba en actores sobreactuados carentes de verdad y espacios acartonados.

Con una propuesta nueva y arriesgada, él decidió salir a las calles y aceptarlas tal y cómo eran, empaparse de ellas y escuchar a las personas que vivían ahí. Las miró a los ojos, unas veces afligidos y otros llenos de fuerza y ambición, escuchó sus vivencias y les dio una voz para contar su historia. De esta manera, ha sido capaz de crear películas extraordinarias que han sido premiadas en numerosos festivales e incluso formado parte de la selección del Festival de Cine de Cannes.

La vendedora de rosas (1998), fue el segundo largometraje de Gaviria, con el cuál asentó su estilo cinematográfico, definió una lente realista y sin filtros y empleó actores naturales a quiénes otorgaba la misión de canalizar temas cómo la pobreza, la soledad, el abuso de drogas y la exclusión social.

Este largometraje, inspirado en el cuento de “La pequeña cerillera” nos muestra la vida de Mónica, una niña de 13 años sin familia ni hogar que duerme en una habitación con tres amigas de edades similares a la suya, mientras sobrevive en las calles de Medellín vendiendo rosas y robando,

Mónica sueña con pasar la navidad de fiesta con sus amigas, estrenando ropa y conseguir pólvora para hacer fuegos artificiales.

La mirada de Gaviria es sin duda la de un poeta. Los niños en todo momento son grabados de manera sencilla y realista, pero evitando caer en la miseria. La historia es desgarradora y cruel a la vez que enternecedora y bella.

El uso de actores naturales tiene un gran valor emocional y expresivo en toda la obra de Victor Gaviria, y La vendedora de rosas es un perfecto ejemplo de ello, Mónica y los otros niños no actúan, son, no se preocupan de cómo se ven ante cámara, hacen y dicen lo que sienten en cada preciso momento.

Esto también comportó numerosos problemas durante el rodaje, desde amenazas de sicarios al “Zarco” y abuso de drogas antes y durante los rodajes, hasta bajas significativas de miembros del equipo por miedo.

Víctor Gaviria es en conjunto, escritor, poeta, director y guionista.

Víctor Gaviria en el rodaje de La vendedora de rosas

Todo y que la mayoría de sus actores son naturales, y la interpretación de ellos se basa esencialmente en la improvisación, Gaviria es un guionista excepcional, capaz de abrir su mente a las historias que le llegan de sus propios actores, dotadas de verdad y un crudo realismo, el cual hay que saber dosificar y manejar con tal de poder transmitir un mensaje claro.

En un mundo gobernado cada vez en mayor medida por la individualidad y los intereses propios, es indispensable contar con una mirada cómo la de Victor Gaviria, quién nos incita a hacer obras morales, con historias ordinarias y libres de prejuicios. Mientras nos muestra la realidad de un pueblo, nos abre los ojos a las historias que se encuentran ahí afuera, en el mundo real.

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