Los pequeños amores de Celia Rico

“Hacer una película es un milagro.” Esta sencilla frase me acompaña en mi día a día. Creo que la escuché de uno de mis profesores en ECIB, Pep Garrido. Y es que, haga lo que haga, me sigue allá dónde voy. En esta ocasión, resonaron estas seis palabras un martes las 20:15 de la noche.

Alrededor de esta hora, entré en los Cines Verdi y encontré una sala a reventar. Por esta razón, me tuve que sentar separada de mi acompañante, dejándome a 6 metros de distancia de las palomitas que acabamos de comprar y que ya no podríamos compartir.

Ahí en mi butaca, sola al fondo a la izquierda, pude disfrutar de la corta introducción que hizo la productora de la película (Arcadia), Celia Rico (la directora) y Aimar Vega (actor y sorpresa de la noche). El día anterior Los pequeños amores se estrenaba, por fin, en el Festival de Málaga. En este prólogo que dio paso a la película, me sorprendí a mi misma mirando a mi alrededor. Pude ver alguna cara conocida, gente de la industria, del equipo de la película, del reparto… Los preestrenos tienen un tono muy especial e íntimo, y una magia que cuesta definir. Y es que es un acto religioso: estrenar una película. Eso quiere decir que se ha podido escribir, producir, financiar, rodar, montar y proyectar. La de cosas que tienen que ocurrir para que yo esté aquí sentada, madre mía. La de astros que tienen que alinearse, llamadas que hacer, caterings que gestionar, imágenes que ver, palabras que hablar. Vamos: un milagro.

La luz se apaga y empieza la película.
Podría decir que viajé a otro lugar, y aunque me gustaría decir que fue Los pequeños amores, por un largo rato estuve en Arrakis. En los Verdi casualmente estaban proyectando a la vez Dune: Parte 2 y el sonido y la banda sonora de Hans Zimmer conseguía atravesar las paredes y llegar a mis oídos. Fue una lástima, que el sonido de otra sala consiguiera contaminar lo que para mí es una película intimista, cálida, pequeña, delicada. Cosida a punto, no a máquina.

Celia vuelve a la gran pantalla con una “Parte dos” de Viaje al cuarto de una madre (2018). En Los pequeños amores Celia consigue generar un diálogo de una forma exquisita con la película que le precede. En esta conversación entramos en otros lugares, igual de sensibles, cercanos, cotidianos. El lenguaje es el mismo pero cambia el tono, y eso es algo que disfruté genuinamente. El film se siente ligero tanto a nivel de puesta en escena, como narrativo. Cada paso es lento y suave, pero llega a cuestiones que la hacen más profunda de lo que puede parecer a simple vista.

Los pequeños amores

La protagonista de la historia se instala durante unos días de verano en la casa familiar en la que creció junto a su madre y su padre, ya muerto. Allí le espera su madre, que ha tenido un pequeño accidente que le ha llevado a estar incapacitada en cama durante un tiempo. Lo que al principio son unos días pronto se convierten en semanas. Teresa tendrá que poner su vida en standby y echar la mirada a su pasado y presente, mientras cuestiones de futuro acaban surgiendo entre ambas.

Esta situación que las une, viene acompañada de un invitado. Un joven aspirante a actor que trabajará pintando la casa de las protagonistas con una pistola de aerosol. El “muchacho” como Ani (la madre) le llama, llenará el espacio de conversaciones y cuestiones que removerán lo vivido y por vivir. Traerá a la casa su ilusión e inocencia, con una interpretación honesta y directa.

Los pequeños amores

La película está cargada de vida, de la de verdad. De madres e hijas que son reflejo de lo real. Celia consigue representar intimidades tan universales que atrapan carcajadas. Y aun así, va sembrando poco a poco reflexiones que atraviesan toda la película relacionadas con el sentido de la vida, la maternidad, las vocaciones, el hacerse mayor o la muerte.

Siento que la directora, aunque plantea como escenario un espacio de ensueño dominado por “lo romántico”, consigue traducir en imágenes muy contemporáneas experiencias que beben también de lo autobiográfico. Vemos un roomba, una copa menstrual, audios de Whatsapp, Siri, un Ipad: decenas de elementos actuales que le vienen bien a la película. Elementos de los cuales Celia no escapa, si no que se apoya en ellos para traer esta historia al presente.

Más ligado a la idea de lo romántico, que Rico acerca a las relaciones maternofiliales, aporta otro tipo de figuras también interesantes y que contrastan, como podrían ser: los textos, la literatura, la música, el cine clásico. Son todos también protagonistas en esta historia sobre el convivir, la soledad, el acompañamiento y el tiempo.

Hay un plano que no consigo arrancar de mi mente. Una de las imágenes capitales de Celia, que me parece potente y sensible a su vez, es un plano que ya habíamos visto en Viaje al cuarto de una madre. La hija mirando a la madre, que ocupa parte del plano, mientras duermen en la cama… Contiene una poética de lo cotidiano bellísima.

Viaje al cuarto de una madre

El final de la película se dibuja con una mano tierna, no es un trazo duro. El film cierra igual que abre, pero en el punto de vista contrario. Después de estar con ellas durante 90 minutos, la película decide dejarlas ir solamente cuando se separan. Lo que le interesa a Celia ya se ha visto, ya se ha reído, ya se ha vivido.

La vida es lo que pasa entre que veo a mi madre, y la vuelvo a ver.

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