Tardes de soledad de Albert Serra
Albert Serra estrena película por primera vez en el Festival de San Sebastián y lo hace con su primer largometraje documental: Tardes de soledad.
A pesar de que muchos artistas a lo largo de la historia se han aproximado a la tauromaquia atraídos especialmente por motivos estéticos, sobre todo en la pintura, pocas aproximaciones cinematográficas ha habido como la de Serra, y menos con la precisión y el poder que ofrece el séptimo arte en manos de buenas y buenos cineastas como él, para adentrarse en este mundo y mostrarlo con total honestidad y crudeza, como ha hecho Albert sin juzgar lo que filma, pero dejando mucho espacio al espectador para valorar por su propia cuenta sobre lo que está viendo.
No faltó de buen inicio la polémica con el intento de PACMA de entorpecer el estreno por motivos animalistas. Todo mi respeto a PACMA como animalista que soy, pero en este caso, ¿de qué se manifestaban sin haber visto siquiera la película?
Con Tardes de soledad, la motivación principal de Albert Serra es acercarse y retratar al personaje de Roca Rey, en la fascinación que tiene por las personas como él que se aproximan una y otra vez a la muerte. Pero en este proceso, de forma voluntaria o involuntaria -no importa-, Serra ha hecho una película totalmente animalista y que para el gran grueso de personas resultará un alegato total contra la tauromaquia. A lo largo del texto que sigue, y a pesar de auto declararse el propio Albert Serra como no animalista, intento desarrollar el porqué de esta afirmación por mi parte.
Roca Rey es una de las grandes estrellas en este polémico sector de la tauromaquia, y uno de los toreros que más arriesga su vida. En la película presenciamos un par de embestidas que se lleva, siempre con la fortuna de no recibir una cornada. Y casi siempre termina ensuciándose con la sangre de los respectivos animales heridos, por la cercanía en la que los torea. El peligro es real y palpable, se siente constantemente, y es, como decía, lo que más atrae al cineasta catalán. Serra y su equipo ruedan principalmente con teleobjetivos, fragmentando el espectáculo (en su sentido semántico) en las pequeñas porciones del mismo que nos quieren mostrar, en un muy certero trabajo de montaje y sonido, que nos trasladan allí y nos hacen experimentar y ser espectadores privilegiados en primera línea, de algo que la gran mayoría de nosotras y nosotros no quiere ver y no iría nunca a ver por voluntad propia en una plaza de toros. En ningún momento visualizamos en plano general la plaza de toros, el trabajo de fragmentación del espectáculo es tal que resulta totalmente inmersivo.
Y es importante subrayar que en la película no vemos prácticamente nunca a los espectadores que asisten a este tipo de eventos, si no que Serra, en la línea de Liberté, nos convierte una vez más en voyeurs de un espectáculo, que como decía, la gran mayoría de nosotras y nosotros no había visto nunca antes, por motivos obvios, más allá de las imágenes de referencia en telediarios y noticias. Esos espectadores que Serra no muestra, son precisamente aquellos que mantienen vivo el esperpento de este espectáculo, personas que disfrutan y pagan por ver esta matanza sinsentido y el evidente sufrimiento animal. Si hay que cuestionar a alguien, es precisamente a estas personas que asisten asiduamente. Del mismo modo que en su día se terminaron los espectáculos de gladiadores, que nos parecen ahora inconcebibles, o se están cerrando tristemente salas de cine por falta de afluencia de público, esperemos que en un futuro cercano estos espectáculos taurinos caigan también por su propia cuenta. Igual que el resto de espectáculos que hay a lo largo del estado español que involucran a animales que sufren malos tratos. Lo importante de Tardes de soledad, es que si algún día desaparece la tauromaquia en un futuro cercano -esperemos-, este espectáculo ha quedado inmortalizado para siempre en esta película a modo etnográfico y antropológico, y ojalá en el futuro haya espectadores y espectadoras viendo la película y quedando atónitas con que se celebraran en el pasado este tipo de espectáculos. El futuro dirá.
De vuelta al presente, la película de Serra es radical y exigente con el espectador, al que somete a una repetición constante, pero con sus matices, que es donde radica la magia de la película. La construcción narrativa se hace a partir de pequeños detalles visuales y sonoros, tanto dentro como fuera de campo. La fórmula de la repetición es totalmente coherente con lo que muestra; al final la tauromaquia es siempre una misma fórmula que se repite una y otra vez, donde las variaciones residen en el estilo de cada torero en su forma de enfrentarse al animal, en la variedad de sus excéntricos, pero atractivos atuendos y en el carácter y fisonomía de cada toro. Película de tres escenarios: el hotel donde se viste y desviste nuestro protagonista antes o después del espectáculo, la plaza de toros donde presenciamos el grueso del metraje y el minibus con el que viajan de una ciudad a otra. Le bastan a Serra estos tres escenarios y una repetición constante, para construirnos todo el universo taurino. Aunque echo en falta que las cámaras no se hayan adentrado nunca en la preparación del toro a puerta cerrada antes de salir al encuentro de su inevitable muerte.
Y, con su inteligente humor, construye en el montaje una auto parodia de los propios toreros, en sus repetidas alabanzas de hombría hacia Roca Rey, que resultan progresivamente cada vez más ridículas, hasta llegar a la cita nietzscheana, en el que alguien le tira el piropo de Superhombre. En el fondo, Serra ha recurrido a sus raíces de desmitificar figuras históricas y literarias, pero esta vez con un personaje del presente.
En el aparato visual, es de reseñar la estética analógica de las imágenes, y como con esos teleobjetivos se empasta muchas veces al torero con el toro, dejando al animal como una bestia majestuosa e imponente, repleta de dignidad. Nos acerca tanto al animal y al torero, que casi podemos sentir sus sensaciones. A pesar de la crueldad del acto que presenciamos, es difícil ignorar la belleza de muchas imágenes a lo largo del metraje. Los coloridos atuendos de los toreros, cuya colorimetría varía a lo largo de la película, en combinación con la tierra y el rojo de la sangre, construyen una estética de gran poderío visual. Elementos como la lluvia y el barro, son esos pequeños detalles que van haciendo progresar la película en lo visual y que de repente reinventan las imágenes que habíamos visto hasta ese momento. Pero especialmente, son las imágenes finales en las que mueren los distintos toros que vemos a lo largo de la película, las que son imposibles de olvidar. Serra recurre aquí a primeros planos del rostro agonizante del toro en sus momentos finales, y es aquí donde es imposible huir como espectador si se tiene una mínima sensibilidad, de la crueldad del acto, dónde podemos apreciar pequeños detalles en el rostro del animal en su sufrimiento final, que continúa incluso después de la supuesta y casi siempre fallida estocada final. Prácticamente todos los toros que vemos en la película, seguían vivos agonizando cuando son arrastrados por los caballos hacia el backstage. A uno de los toros, le vemos hasta una lágrima cayendo por el ojo. Otro en su agonía final se muerde constantemente la lengua. Otro va perdiendo la mirada hasta que solo vemos la parte blanca del ojo mientras su respiración sigue de forma agónica. Es en este acercamiento a la muerte del animal, y en la forma en la que lo filma Serra, con las distintas repeticiones del acto con sus variaciones, donde podemos afirmar la mirada animalista y antitaurina de la película. Por mucho que Serra afirme en una entrevista reciente que el toro no es consciente de que va a morir allí, sus propias imágenes le contradicen, y en este sentido, es indiferente lo que quiera decir él en sus entrevistas, lo que habla por él es su propia película.
A nivel sonoro, también cabe destacar la composición musical y el gran trabajo del diseño de sonido a lo largo de todo el metraje. En momentos puntuales, cobran mucho protagonismo frases sueltas en off del público, o diálogos sueltos del equipo que acompaña a nuestro protagonista. Pero a su vez, hay una gran construcción sonora que va creando esa atmósfera hipnótica de la película, y que complementa y enriquece a las de por si siempre poderosas, sugerentes y crueles imágenes que estamos viendo.
Albert Serra, sin firmar aquí su película más radical ni más provocadora, es fiel a su estilo y esencia y nos ofrece una experiencia cinematográfica total, de la cual es imposible salir airoso, y que imagino que molestará tanto a los taurinos como a los anti taurinos. Y he aquí su grandeza. La de no dejar indiferente a nadie con su arte, cosa que no sucede con la gran mayoría del cine en la actualidad.