Azar, entorno y nosotros. Agnès Varda.

Agnès es eterna, revolucionaria y totalmente actual.

Comienzo a hablar con un objetivo claro hacia el lector: quitarle de la cabeza el horroroso sobrenombre con el que se ha referido a Agnès Varda desde hace ya mucho tiempo, “la abuela de la Nouvelle Vague”.

No tengo nada contra el cine de autor, ni contra Truffaut, ni contra los franceses. Pero Agnès Varda no solo fue abuela en vida, antes de todo fue mujer.

Por supuesto, llegar a la vejez es un mérito enorme, y seguro que ser una vieja puede ser un gozo. Creo que Varda reivindicaba ese goce mostrándose en los medios, en sus propias películas y tan activa como siempre. Salir del estereotipo de mujer mayor, ama de casa, que cuida de sus nietos y tiene un gato. Para ser: una mujer mayor, ama de casa, que cuida de sus nietos, tiene un gato y, a su vez, es libre y artista.

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Tampoco me gusta esta definición, por la asociación indiscutible con la Nouvelle Vague. Ella iba mucho más allá, con sus ideales políticos y empatizando más con el movimiento de la Rive Gauche (junto a Chris Marker y Alain Resnais). Las causas por las que luchaba Agnès en los años 50: la solidaridad entre mujeres y la igualdad, el racismo, la desigualdad de clases… Estaban mucho más cerca de cumplirse antes, que sorprendentemente ahora, en parte por el resurgimiento del fascismo “Twitter-ficado” que, propagado en sutiles dosis por parte de personas influyentes, se aprovechan de sus jóvenes audiencias. ¿Qué ha pasado para dejar de lado el aspecto revolucionario y de protesta en las obras audiovisuales?

En este momento, dónde tenemos que vender nuestros proyectos y a nosotros mismos con un solo logline, os animo a que no perdáis ninguna oportunidad como hacía Varda. Introducid vuestras ideas y opiniones, quejaros de las injusticias, sed antisistemas (en la medida que queráis), pero no hagáis productos blancos. Un artista tiene que saber poner su punto de vista ante las adversidades que les pasan a sus personajes.

El hecho de que Agnès Varda tenga tantos filmes, y tan dispares, a su espalda me llena de ambición por querer abarcar creativamente todo tipo de proyectos y, al mismo tiempo, me genera una ansiedad terrible por no saber si podré llegar a realizar ni tan solo uno. No lograré hacer nada, si no me topo con un golpe de suerte; pensamiento recurrente que se me pasa por la cabeza muchas veces al día. Claramente, tengo razón, se necesita mucha suerte; Agnès tuvo suerte sin duda alguna. También tuvo mucho que ver el azar y la inteligencia. Ella misma dice que muchas de sus ideas vienen del mismo azar, del entorno. Una de las comparaciones más increíbles e inteligentes que se han hecho nunca, se le vino presenciando en un supermercado la recogida de alimentos sobrantes que quedaban desperdiciados, para relacionarlos con las espigadoras y su proceso de seleccionar el trigo después de la recolecta. Agnès se vio reflejada como una espigadora que, en vez de trigo, recolecta planos para luego seleccionarlos en montaje.

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Agnès Varda en Los espigadores y la espigadora (2002)

El paisaje era el mejor amigo de Varda, todo el entorno que la rodeaba;  las playas, las calles, las playas dentro de las calles, el bar de debajo de casa, el parque donde haces tu primer botellón. Pueden ser el escenario perfecto de inspiración o, también por qué no decirlo, de la suerte.

Agnès hizo una pieza Daguerréotypes (Daguerrotipos, 1976) grabando a sus vecinos y a su calle todo lo lejos que le permitía el cable que conectaba a la cámara, limitaciones del azar que hacen conseguir una buena idea. Admitamos que somos pobres, y que la película sobre un avión estrellándose en los Andes que quieres hacer, no tiene nada que ver contigo y no la vas a poder hacer, además de que ya ha sido hecha dos veces. Comenzar desde tus experiencias, desde el entorno que conoces, será siempre la mejor manera de llegar a las personas, creo yo. Si no, adelante con ser el próximo Bayona, que me parecerá estupendo igual.

Acabo este texto subjetivo sobre como Agnès Varda me inspira en todo lo que hago, como si yo fuera el niño de Karate kid y ella el señor Miyagi. Todos tenemos algo que contar. A Agnès Varda le encantaban las relaciones humanas; amar a las personas puede ser una manera de conectar con su cine y otra manera de cambiar de punto de vista frente a nuestro entorno. Por ello, siempre será eterna.

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