Por donde pasa el silencio de Sandra Romero
A principios de la semana pasada tuve la suerte de ganar una entrada doble para el preestreno de una película sobre la que no sabía nada, y el jueves, hacia las 20:30, entraba por primera vez a los Cines Renoir para ver Por donde pasa el Silencio (2024).
Sentado en mi butaca, una de las mejores porque tuve la suerte de entrar de los primeros en la sala, repasaba los pocos datos de los que sí me había informado: El nombre de su directora, Sandra Romero, siendo esta su Ópera Prima, y que los hermanos protagonistas también lo son fuera de la ficción. Esta elección en el casting hace que la película vire entre la ficción que se encuentra dentro de la realidad, y la realidad que aparece en la ficción. Una trama sobre un reencuentro.
Cuando nuestro protagonista (Antonio Araque) huyó de su pueblo en dirección a Madrid, por todas las razones que hacen de un pueblo un lugar del que huir, vuelve a Écija para la Semana Santa Andaluza, su hermana (María Araque) lo lleva a ver a su hermano mellizo (Javier Araque) que se quedó en el pueblo por todas las razones que hacen de un pueblo un lugar dónde refugiarse de los miedos. Aun siendo hermanos mellizos, y casi idénticos, ahora sólo comparten el resentimiento que los une. Pasaremos la semana junto al primer hermano, quien entre las fiestas del pueblo, las procesiones y las drogas intentará ayudar a su hermano mellizo, que debido a los dolores de espalda que sufre y le causan una discapacidad física, se está distanciando de todos y de todo.
El corazón de la trama recae en la relación de los tres hermanos. Demostrando que aunque sólo Antonio Araque es actor profesional, el arte corre por la sangre de toda la familia. María y Javier demuestran unas grandes capacidades interpretativas aun siendo novatos en el oficio. Quizás pienso esto porque salí del cine sin saber diferenciar cuando estaban actuando y cuando no. Ante una cámara que captura el verdadero dolor de Javier y el dolor e impotencia que siente Antonio por no poder ayudarlo ¿dónde está la frontera que separa la realidad de la ficción? ¿Cómo diferenciar a un hermano que se alejó de su familia para huir del lugar que lo vio crecer, del personaje que hizo lo mismo? ¿Y cómo diferenciar al hermano que sufre la carga del impedimento físico, del personaje que también lo sufre? Con la realización, que en ocasiones roza lo documental, las diferencias entre lo real y lo ficticio se difuminan.
Esta película habla de como un hermano mira, en silencio, a su otro hermano. Sobre las cosas que no les decimos. Y sobre el cariño que les queremos dar, pero que no quieren recibir. Sandra Romero consigue plasmar con gran realismo esas conversaciones familiares, con sus discusiones, sus encontronazos y sus acaloradas peleas durante la cena. Pero sobre todo, si algo hace bien, es transmitir esas palabras que no nos decimos, esos largos silencios que nos avisa desde el título de la película. Silencios que podrían ser interrumpidos, pero que se mantienen por miedo a las respuestas que se podrían recibir.
La película está repleta de verdad, de nostalgia y de vida. Un retrato semi-perfecto de la frustración, la autodestrucción y el rencor. Una mirada íntima que pasa por la enfermedad, los errores y la precariedad (emocional y familiar).
No podemos salvar a quien no quiere ser salvado.