«La Sapienza» de Eugène Green

El amor que siente Eugène Green por el barroco está presente en casi toda su filmografía. No en vano fundó ya en 1977 la compañía de teatro llamada Théâtre de la Sapience, con la que buscaba recuperar el juego y la dicción barroca, en su forma original. Partiendo del deseo de sumergirse en este periodo predilecto suyo, se embarcó en el interesante proyecto cinematográfico de La Sapienza cuyo título evoca -además de la sabiduría-  la iglesia romana de Sant’Ivo alla Sapienza, construida por el arquitecto Francesco Borromini en el siglo XVII. Si bien el film gira alrededor de la vida y figura del arquitecto barroco, lo hace en realidad a modo de telón de fondo, porque lo que busca transmitir Eugène Green es algo mucho más profundo: la necesidad de intentar encontrar en el pasado respuestas a la vida presente. E igual que hiciera siglos atrás Borromini con su obra maestra arquitectónica, Eugène Green busca también con su obra dirigirnos hacia la luz.

En palabras del director:

«Alexander, el arquitecto de La Sapienza, distingue al final de la película entre el saber y la sabiduría. Es el conocimiento lo que conduce a la sabiduría. Saber que se obtiene a través del conocimiento pero también con la experiencia de vida. Es importante, en mi opinión, que una persona aprehenda el mundo a través del arte de una manera directa, sin intervención del intelecto y que la experiencia estética le haga ver otra realidad, le revele otra verdad que la que creía conocer.»

Como en el Viaggio in Italia de Rossellini, la película empieza examinando un matrimonio en decadencia. Alexandre, un aclamado arquitecto, y su mujer, Aliénor, una socióloga especializada en contextos sociales difíciles, viajan de París al cantón suizo de Ticino para visitar Stresa, el lugar de nacimiento del arquitecto barroco Francesco Borromini, mencionado anteriormente. La pareja comparte una inquietud profunda sobre sus respectivos oficios. Tras un encuentro casual con dos adolescentes, -Goffredo y Lavinia-, entablan amistad con ellos. Goffredo pretende estudiar arquitectura; su hermana sufre una rara enfermedad. Fruto de ello, Aliénor alienta a Alexandre a viajar con Goffredo a Roma, para que le muestre la obra maestra de Borromini, y ella se queda cuidando a Lavinia.

En palabras de Eugène Green:

«En el fondo, me considero todavía como un adolescente y de hecho tengo muchos amigos cercanos que son mucho más jóvenes que yo. La relación que tengo con ellos me permite mantener viva la proporción de juventud que hay en mí. Me aportan tanto como yo les aporto a ellos. La transmisión se produce en ambas direcciones. Es cierto que en mis anteriores películas los personajes tenían más o menos la misma edad y evolucionaban juntos. En La Sapienza y el Hijo de José (Le fils de Joseph), la relación entre adultos y adolescentes es tal vez más cercana a la que mantengo hoy en mi vida.»

Eugène Green nos invita a contemplar y admirar la arquitectura barroca romana tiernamente filmada, realzando la belleza de la misma gracias a su fabulosa fotografía, así como a los recurrentes recorridos de cámara circulares dentro de las cúpulas, o de abajo hacia arriba en las fachadas o interiores. A nivel compositivo, hay que destacar el cuidado por la simetría en gran parte de la obra. En cierto modo, evoca un poco a El vientre del arquitecto de Peter Greenaway, otro gran amante del barroco. Sin embargo, la arquitectura parece tan solo un recurso o excusa para introducirnos en la médula existencial del protagonista -o probablemente, del propio director-. Y ello, además, con tintes de un magnífico humor muy particular.

«El presente consterna porque hay una ausencia del presente. La Sapienza es una propuesta para convertir el presente en real, porque para mi, el presente es el único tiempo que existe -es un tiempo eterno que contiene todo lo habido y lo que está por haber-. Las personas hoy en día no viven el presente. Están juntas en una situación o realidad social, pero realmente no están juntas -todos están sumergidos en sus teléfonos móviles hablando a personas que no están allí o mirando cosas que no existen, que son virtuales-. El mundo digital es un vacío y la gente vive en dicho vacío. Lo que me interesa del cine es la posibilidad de capturar el presente, de filmar cosas del mundo material, la energía espiritual que es capturada en el mundo material y hacerla perceptible para el espectador.»

El cine de Eugène Green bebe del de Robert Bresson. Solo que a diferencia de él, Green sí que trabaja con actores. Pero realizan actuaciones marcadamente despojadas de expresión, de una gran carga hierática. Con ello, parece buscar transmitir el mensaje de que no son actores representando personajes, sino que nos encontramos ante el imperio de las ideas. Un ejercicio intelectual desarrollado de forma inteligente.

«-A mi edad todos los recuerdos son dolorosos.

– ¿Por qué?

– Por la distancia entre el pasado y el presente.»

E igual que Borromini, el director francés con su obra y sus personajes nos incitan a algo más grande que la obra misma: a recuperar un espacio para nuestros sentimientos y emociones, e invitarnos a la reflexión. Y lo logra con su magnifico desenlace. A mi gusto, se trata de una de las mejores películas de su filmografía.

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