Americana: Días 1 – 3

Día 1:

Beach Rats nos presenta un interesante punto de vista formal frente a una historia ya contada. El relato trata de un chico adolescente descubre su homosexualidad y poco a poco aprende a aceptarla. Dicho así suena a la típica película que existe en el imaginario colectivo sobre la homosexualidad, pero su directora Eliza Hattman se esfuerza en llevarla más allá.

Hattman forja una narrativa muy característica. Se nota que, más allá de narrar una historia, lo que le interesa es la parte formal de su propuesta. A partir de la plasticidad de los cuerpos (sobre todo masculinos) y la fuerza que adquieren los espacios (subrayados en los silencios que aíslan al personaje y ofrecen espacios de reflexión); se representa una sociedad heteropatriarcal vista a través de los ojos del protagonista, opresiva a todo lo que se salga de los márgenes. La construcción fílmica del espacio adquiere la forma de una portentosa atmósfera que rodea a su protagonista, la relación con el entorno viene apoyada por la dinámica de cámara (sus movimientos y su dinamismo de cámara al hombro). Dentro de esta atmósfera se plantean temas de fondo interesantes: el culto al cuerpo en las repetidas «selfies», esa actitud de vivir en una fiesta eterna característica de la juventud, o el recurso visual del agua que sirve como cómo leitmotiv en las escenas clave de la película.

Aunque con el paso de los minutos la atmósfera empieza a hacerse algo repetitiva y algunas secuencias se hacen algo pesadas. Si a esto le añadimos unos personajes muy transparentes psicológicamente y una trama previsible, el resultado peligra en caer en el aburrimiento. Afortunadamente, el final vuelve a coger fuerza y deja una buena sensación en su conjunto. Esa secuencia final explota el punto fuerte de la cinta: más forma y menos contenido.

Beach Rats

Alex Ross Perry vuelve, una vez más, al Americana. Esta vez como invitado especial, presentando una retrospectiva sobre su obra y, además, su última película: Golden Exits.

Lo primero que se percibe de Golden Exits es su ligero cambio formal en comparación a trabajos anteriores. La cámara ya no es tan cercana, no asfixia a sus personajes en el encuadre (al menos no desde el arranque), y la cámara en mano no es tan usual ni perceptible. Encontramos un estilo más sosegado, marcado por su estatismo, donde predominan las panorámicas durante gran parte del metraje, resaltando el espacio que separa a sus personajes. También se hacen muy presentes los fundidos a negro entre secuencias, dando una sensación de cierto aislamiento entre ellas, contrastando con esa cronología impostada  de especificar el día y el mes de cada secuencia.

Sin embargo, la esencia del director se mantiene. Su carácter episódico, precedido por Queen of Earth se mantiene, pero de forma más ligera. Los lapsos de tiempo son mucho más indeterminados, dando la sensación de que las situaciones que se nos muestran son fruto las elipsis entre ellas. Es fascinante cómo logra definir una serie de personajes a partir de conversaciones que les revelan, que nos hacen comprender sus acciones a lo largo del metraje. Se construyen relaciones invisibles entre algunos de ellos, personajes que igual sólo se verán una vez, pero cuyas conversaciones trazan similitudes y contrastes.

Perry incluso se autoreferencia recuperando personajes similares a otras de sus obras, como el personaje de Jason Schwartzman, que rememora al de Listen Up Phillip. El principal problema radica en su retórica, que aunque quede medio incluida en el estilo de la película, muchas veces el texto se vuelve demasiado enrevesado, quedando forzado y auto-saboteando las situaciones de realismo que pretende construir. Va perdiendo fuerza secuencia tras secuencia. De todas formas nos deja una interesante película, lo suficiente para seguir esperando más de él.

Golden Exits

Día 2:

The Work es el nombre de una sesión terapéutica organizada cada año por la Prisión de Folsom. Durante sus cuatro días de duración este documental explora las cargas y secretos de una serie de personajes, tanto internos como externos de la prisión.

Jairus McLeary y Gethin Aldous, directores de la película, ponen constantemente al espectador emocionalmente incómodos. Ahí radica el reto del filme: conectar con la intensidad de cada uno de estos hombres, a los que vemos derrumbarse, gritar, llorar. Vista desde una perspectiva lejana, como espectador uno puede llegar a sonrojarse ante los hechos, al igual que algunos personajes incrédulos al inicio. Sin embargo, si uno deja llevarse y hace un esfuerzo por comprender e integrarse, el resultado es experimentar la catarsis dentro del grupo.

Detrás del aspecto formal se nota una cierta inquietud, un esfuerzo e ingenio por incorporar elementos cinematográficos que podrían ser un freno a la hora de establecer empatía con el público. Desde los zooms sobre los rostros, a veces para subrayar la emoción, otros simplemente para reencuadrar; el montaje que se guía a través de la oratoria de los personajes; y sobre todo el sonido, que le da la vuelta a lo que podría ser un defecto (el ruido, el roce del micrófono y los cambios de volumen) para lograr un mayor impacto emocional. Además cuenta con un importante lastre en su relato, y es el peligro en caer ante la repetición, provocando una desconexión con las emociones en pantalla. Los 4 días tratan sobre personas sufriendo catarsis, pero a la vez se produce una evolución de aquellos personajes que evitaban involucrarse, ofreciendo un respiro y evitando esa reiteración sentimental.

The Work

Weirdos nos cuenta la historia de dos adolescentes que escapan de casa en los años 70. Su temática forma parte del género denominado coming of age, donde los personajes crecen y maduran a la adultez psicológicamente.

Arranca de forma interesante, sobre todo por cómo el director, Bruce McDonald, otorga un importante peso al espacio y cómo los personajes se relacionan con él durnate su escapada. Con el paso de los minutos se fija más en la historia a narrar y sus personajes, lo cual acaba haciéndose pesado, ya que la historia no ofrece mucho juego y acaba siendo algo previsible, sumando a esto que sus personajes son muy planos psicológicamente. Las apariciones de Andy Warhol tienen cierta gracia y dan un respiro en ciertos momentos de la acción, haciendo el conjunto más llevadero, pero esos momentos humorísticos acaban desembocando en un absurdo junto con el resto de la narración.

Su apuesta por el blanco y negro no es desacertada, pero también es cierto que aparte de su estética no aporta nada. Si la decisión está tomada por el contexto histórico, expuesto de manera torpe en la historia, no queda justificado, ya que el color tanto en cine como TV estaba presente en los 70. El punto más fuerte de la película son esos pequeños momentos de tránsito en los que la cámara se aparta de la acción y filma el paisaje en movimiento, o como la luz incide en un árbol; o sea, cuando menos se centra en la misma película.

Weirdos

Día 3:

Con un atractivo punto de partida, Don’t think twice narra la historia de un grupo de comediantes llamado «The Comune», dedicado a la comedia de improvisación. Mike Birbiglia escribe, dirige y actúa en esta película dedicada al desarrollo de cada uno de estos personajes en grupo, pero también la vida particular de cada uno de ellos.

La historia empieza marcada por sus secuencias cómicas fuera y dentro del escenario, y a medida que avanza el drama se va imponiendo, erigiéndose como centro de la narración. De esta forma, el interés inicial que suscita la propuesta se pierde poco a poco. La comedia funciona mejor que el drama en el relato, y que cada una de las vidas de estos personajes resultan previsibles, formadas por un cúmulo de clichés de la crisis de mediados de los 30 años. Las resoluciones a estas son bastante pastelosas, lo cual produce una gran lejanía emocional.

Resulta irónico que una película que toca tan de cerca un tema tan interesante cómo es la improvisación, que incluso en su arranque expone las normas para entrar en su juego, acabe siendo tan predecible. Uno se pregunta si no hubiera sido mejor jugar dentro de ese campo en su forma y contenido.

Don’t Think Twice

Patti Cake$ nos cuenta la curiosa historia de Patricia Dumbrowski, alias Patti Cake$, alias Killa P, alias Dumbo; una chica que barrio que sueña con el estrellato y la fama del hip hop.

Geremy Jasper debuta con esta graciosa y entrañable película, dotada de cierta fuerza formal, centrada sobre todo en la parodia del estilo videoclipero: su dinamismo, su color, sus encuadres… Es cierto que su relato se mueve mejor en la comedia que en el drama, e incluso a ratos resulta predecible, pero su propuesta es muy entretenida y sólida, capaz de mantener al espectador en sus 108 minutos.

Es divertido ver los homenajes que se realizan al género muscial, sobre todo centrados en el East Coast desde Nueva Jersey, dónde sus personajes sueñan con cruzar el puente a Nueva York. Desde el hip hop más convencional y popular, centrado el dinero y la propiedad (donde el personaje de OZ funciona como genial parodia de O.C y similares), hasta los clásicos como Nas, Wu-Tang Clan o The Notorious B.I.G.; más actuales como Run The Jewels (cuyas iniciales RTJ remiten a PBNJ); e incluso se realiza una parodia de Death Grips y grupos por el estilo a través del personaje del Anticristo.

Su punto de vista resulta muy interesante y poco explotado, ya que la mujer suele estar bastante marginada dentro del género musical que es el rap, más si añadimos que es blanca y padece obesidad. Su final es valiente y huye de lo que hubiera sido un resultado fácil y predecible, su cierre deja un buen recuerdo sobre todo el conjunto. Su moraleja, en parte, profetiza lo que ya exponía Nas en Illmatic allá por 1994: life’s a bitch and then you die.

Patti Cake$

La primera sensación que produce Lucky tras su visionado es la de acabar de presenciar el testamento fílmico de Harry Dean Stanton. No era, probablemente, la intención inicial de John Carroll Lynch al realizarla, pero está claro que después de su muerte la cinta adquiere una nueva lectura. Sobre todo el final, un encuentro íntimo entre Harry y su público, que saca una gran sonrisa.

Más allá de este hecho, Lucky dispone del suficiente mérito y talento cinematográfico para tenderse en pie ella sola. Dos caballos tiran de la historia de Lucky: la muerte y la nostalgia. La muerte la encontramos en el centro de su relato, esa realización a la que llega su protagonista, de la fragilidad y el poco tiempo que probablemente le queda por delante. Por muy triste que suene, el filme nunca renuncia al humor, es más, lo usa como contraste para que las emociones calen más hondo. Y alrededor del avance de la trama, Lucky camina por las calles, los bares y el desierto, lugares aislados de la actualidad, dónde la nostalgia se respira entre plano y plano.

Pero su audacia no radica únicamente en su relato, sino que Carroll Lynch ahonda en los detalles alrededor de este y los personajes con los que Lucky se relaciona. La cámara busca la belleza de la cotidianidad: los cactus, las sombras, los ataredeceres… La aparición de secundarios tan memorables cómo el personaje de David Lynch o el de Tom Skerritt dan solidez y profundidad a la cinta. Ambos tienen su momento de protagonismo dónde exponen un diálogo de tremendo calado emocional y filosófico. En esa retórica que mantienen la mayoría de sus personajes con Lucky emerge de nuevo la nostalgia.

Dentro de esta atmósfera cargada de añoranza y soledad, no es de extrañar que suene I See A Darkness de Johnny Cash como acompañamiento una de las escenas más emotivas de su conjunto. En definitiva, Lucky es una de las películas imprescindibles de este festival y de este año. No se la pierdan.

Lucky

 

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