
«Toni Erdmann» de Maren Ade
Querido lector, en este texto se especifican escenas y detalles sobre la película a tratar. Quedas avisado.
Toni Erdmann (2016) parte de la base de una relación paterno filial muy curiosa. Aunque les une un nexo familiar, los personajes de Inès (Sandra Hüller) y Winfried (Peter Simonischeck) son portadores de dos visiones del mundo completamente distintas. Esto se acentúa más cuando sabemos que se ven en muy pocas ocasiones. Por esto Winfried realiza una visita sorpresa a su hija. Trata de recuperarla a través de las bromas y una protección paterna constante. Así se ejemplifica en pequeños detalles como cuando ella se hace daño en el pie plegando una cama y su padre quiere curárselo; o cuando se despide de él y lo hace con una alegría y una gestualidad muy infantiles.

Pero a ella le desagrada el comportamiento de su padre e intenta hacerse valer por sí misma. Después de la despedida, donde Inès parece liberarse de él, la relación adquiere una nueva forma a través de la reaparición de éste, en esta ocasión bajo el personaje de Toni Erdmann. El personaje de Toni, desde el punto de vista de Inès, es aún más pesado e insistente que el de Winfried.
Así pues, la directora Maren Ade establece un ritmo que se mueve entre un drama bastante frío, representativo de la personalidad de Inès; y una comedia absurda que personifica a Winfried/Toni. Una mezcla extraña que, cómo avanza el críptico póster, sólo se logra entender tras el visionado.
La parte dramática se ambienta en el entorno profesional de Inès, entre unos personajes que interaccionan entre ellos por pura apariencia, como autómatas, que carecen de un verdadero vínculo humano (ese tipo de gente que da dos besos sin rozar a la otra persona). La irrupción de Toni en su vida la acercará hacia otros entornos, aunque de manera forzada. Le hará ver (aparentemente) el mundo a través de sus ojos. La utilización de ‘Plainsong’ de The Cure en los créditos finales es una perfecta síntesis del personaje.

La parte cómica se nutre de las expectativas que se crea en los espectadores. Toni es un personaje pesado para Inès, pero para nosotros es el gracioso de turno que esperamos impacientemente que haga su aparición. Se crea la comicidad a partir de la incomodidad que genera Toni. A veces incluso buscamos en el encuadre desenfocado su figura, robando el protagonismo a la situación que sucede en primer término. Escuchamos cómo golpean una puerta, y ya se escapa alguna risa en la sala de algún inquieto, ansiando ese momento de la reaparición. Aunque a veces se desviva demasiado promoviendo esas expectativas, es un recurso que funciona. En los diálogos Toni busca la respuesta más absurda que provoca la frustración en su hija pero a nosotros nos encanta.
El conjunto de la narración que plantea la directora es sutil, a veces demasiado. Desde un punto de vista personal: transmite la sensación de contener más cine en los silencios y los tiempos muertos que en la acción en sí; me interesa más esa sutileza cuando captura instantes aparentemente anodinos. Se utilizan pocos movimientos de cámara, sin embargo, la dinámica de la cámara en mano se hace demasiado presente en algunos instantes, exponiendo el artificio del rodaje y provocando una desconexión de la narración.
La trama adquiere dimensión y contundencia cuando se acerca a los barrios más obreros, dónde aparece esa humanidad de la que carece el mundo empresarial de Inès, donde la mayor interacción humana procede de servir champán en las copas de otros, como de si una eyaculación se tratase.

Esto nos adentra en uno de los diversos temas secundarios que se pueden extraer de la película: la sexualización de la mujer y su opresión en el mundo empresarial, y por ende, en el mundo profesional. La mujer es interrumpida, callada y pisoteada por los hombres, y ésta ha de aceptar apartándose a un lado o dando la razón a sus superiores. Escenas como las diversas presentaciones empresariales, las fiestas, o el falso dominio sexual que tiene Inès sobre su amante, son muestras de ello. Esto la lleva a la frustración y a la histeria que explota en la magnífica escena de la fiesta de cumpleaños; que la interpretamos de forma cómica por la incomodidad del momento.
En definitiva, Toni Erdmann se presenta como una experiencia muy disfrutable. Sus 160 minutos de metraje no pesan, y la película crece a partir de la reflexión posterior al visionado.