«Burning» de Lee Chang-Dong

«Las apariencias engañan» – Refranero popular

Vivimos en un mundo guiado por la certeza, nuestras vidas se componen por una serie de eventos y situaciones tangibles que construyen una verdad. Este punto en la sociedad actual puede ser, más o menos, discutido desde la aparición de mundos cibernéticos; pero en general seguimos siendo guiados por una cierta razón. Esta mirada racional también es aplicada sobre la construcción argumental del cine (más convencional): hechos que llevan a hechos, personajes que cometen acciones motivadas por estos mismos o un back-story debidamente introducido. Todo ello, con ayuda de una dirección que señala el camino, traza un mapa argumental en la cabeza del espectador que conecta todo y comprende el relato. Sin embargo en Burning esta mirada debe ser abandonada.

Su historia nos muestra la vida de Lee Jong-su (Ah-In Yoo), un perdedor que estudió escritura creativa, pero se dedica a trabajar en empleos a tiempo parcial. A cada acción que le vemos realizar, más comprobamos la disconformidad con su vida. Lee Chang-Dong no busca recrearse en ello, la cámara aquí ejerce de observadora, jamás juzga. Un día, Jong-su se reencuentra a Shin Haemi (Jong-seo Jeon), una antigua amiga con la que acaba acostándose y sintiéndose atraído. Ella se va a África en busca de experiencias, mientras que él se queda cuidando a una gata que tiene miedo a mostrarse. Haemi vuelve y cuando Jong-su va a buscarla aparece Ben (Steven Yeun), un joven guapo, rico y triunfador que ha conquistado a Haemi. Y es aquí donde Burning empieza a cobrar fuerza, en las tres relaciones que se establecen a partir de ese hecho dramático: el triángulo amoroso, la de Jong-su con Ben, y la de Jong-su consigo mismo.

Hacia el inicio de la película se nos brinda una escena clave, cuando Jong-su y Haemi tienen su primera cita. Ella hace ejercicios de mímica pelando una mandarina, y él los elogia comentando que parece que esté pelando una mandarina real. La respuesta de Haemi es reveladora: «lo importante no es que veas la mandarina, sino que no sepas que no está ahí». Esta sentencia es clave para comprender la narrativa y para averiguar cómo se debe mirar esta película. La percepción, o la apariencia tiene más importancia que los sucesos (o trama convencional).

Esta intencionalidad narrativa se manifiesta con la desaparición de uno de los personajes principales. La cinta se quiebra y toma un nuevo rumbo dónde el thriller se impone, pero no en un sentido convencional cómo sería la búsqueda del personaje o el motivo de su desaparición; lo que aquí interesa es la reacción de los personajes ante la ausencia. Cada aspecto o acción filmada, siempre desde la (aparente) objetividad, caracteriza a los personajes que la realizan, describiéndoles más que sus propias palabras. El filme está lleno de pequeños matices que pueden pasarse por alto fácilmente, pero los rescatamos una vez la mecha argumental prende y acaba quemando. La espera de ese fuego, cómo indica su título, puede hacerse larga; pero una vez llega, todo cobra sentido.

Aunque el thriller no haga aparición en la trama hasta la mencionada desaparición, hay ciertas secuencias que despiertan extrañeza: la escena de sexo entere Jong-su y Haemi, la conversación sobre el pozo, el gato de Schrödinger. Podemos considerar que su historia es un drama (siendo reduccionistas), pero Chang-Dong la filma cómo un thriller, y del contraste se deriva una sensación de constante alerta, un sofoco que aumenta con los minutos, algo nos asfixia pero no sabemos de dónde viene, ni por qué.

Esta inquietud es creada no tanto por su relato, sino por la atmósfera que se le otorga. Cada una de las secuencias de la película tiene un valor, sea revelar algún aspecto de uno de los personajes o cargar esa angustiosa atmósfera. El director prefiere mostrar los hechos desde una cierta objetividad y de vez en cuando susurrar, siempre desde la sutileza. Es coherente con el punto de vista desde el que se aborda la narración: el de Jong-su. Es una mirada analítica y fría, como la de un escritor, y además sentimos la inferioridad que crece dentro de él. También acaba traspasando su obsesión al espectador, vamos descubriendo hechos y atando cabos a la par que él; observamos cómo se siente aunque, tal vez, debido a la sobriedad narrativa no logremos empatizar con el personaje. Esto podría parecer negativo, pero el director tiene otras intenciones.

Los movimientos de cámara y el montaje consiguen equilibrar la narración, arrojan luz a la vez que esconden, dejando entrever sólo lo necesario para seguir el hilo y dejando a la imaginación de cada espectador las distintas interpretaciones de ello. Un ejemplo de esa sutileza es en el segundo encuentro entre Jong-su y Haemi, donde se produce un lento movimiento circular, casi imperceptible, que los deja al mismo nivel, que los conecta. Estos movimientos son constantes, incluso acusamos en cierto punto de la narración como pasa de estar agitada, a estabilizada, algo que también podría pasarse por alto. Existen tres secuencias de importancia capital, rodadas en plano secuencia dónde se exprime la genialidad de su movimiento. Las secuencias del inicio y del final parecen reflejarse cómo un espejo, en ambas la cámara se mueve de forma violenta, una expresa la inconformidad de Jong-su con su día a día, en la otra el estallar de su rabia.

El plano secuencia restante es, sin duda, una de las escenas más preciosas que se verán este año. Antes comentábamos cómo el punto de vista está establecido desde el protagonista, aunque en ciertas ocasiones, la cámara se aparta de él y se mueve líricamente, dando paso a fragmentos de poesía visual que desconectan del relato. Así se puede apreciar en la secuencia en la que Haemi baila a ritmo de jazz y su silueta se recorta sobre el cielo ardiente del atardecer. Estos momentos contrastan con la narración reprimida, destacando aún más su belleza y aportando significado al resto de las acciones de la película.

Debido a esto, es posible que al salir de la sala uno pueda sentirse emocionalmente frío, pensar que no le ha transmitido nada. Pero con el paso de los minutos empiezas a pensar, a conectar acciones, a volver a observar desde el recuerdo; antes de que te des cuenta la película se ha quedado en tu cabeza. Empiezas a obsesionarte, cómo el protagonista, cuestionando cada uno de los hechos observados. Esto brinda que el espectador pueda elaborar múltiples lecturas, y que cada una de ellas pueda ser válida. Se debe revisar la totalidad de sus hechos, no por lo que muestran, sino por lo que no muestran. De nuevo la frase de Haemi, de nuevo la fuerza de la percepción por encima de la evidencia. Burning es un logro narrativo, sea por la importancia de lo imperceptible, o su remarcable atmósfera capaz de extrañar y desasosegar con una serie de acciones cotidianas que acaban llevándose al extremo. En su universo las apariencias son más reales que la propia razón.

 

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