Meritxell Colell en ECIB
Meritxell Colell ha estado una semana en ECIB impartiendo un seminario que tenía como título: «El cuerpo no miente. Construir la narrativa a través de los cuerpos» fundamentado en la experiencia que le ha supuesto el rodaje de su opera prima Con el viento (2018), pero también de sus años como montadora en otros largometrajes y participante activa en el proyecto didáctico Cinema en curs. Una experiencia fundamental porque -como comentó- el trabajo con niños obliga a un despojamiento y una reformulación constante del sentido de lo cinematográfico.
Toda esa reflexión y toda esa experiencia acumulada, se ha plasmado en un largometraje que expone una manera muy precisa de concebir el cine. Con el viento es una película pequeña, hecha con un equipo pequeño, en un pequeño y despoblado pueblo burgalés; sus gestos son contenidos y se abren camino de manera dificultosa hacia el exterior, pero en esa pugna, en esa tensión se encuentra una de las virtudes del film, porque Con el viento es una película profundamente enraizada en la dureza de un paisaje que nada tiene de minúsculo, sino que se impone por el poder de sus rocas, por el cambio de las estaciones y, por supuesto, por la potencia del viento. Es una película austera, ascética, parca en gestos y palabras pero de una enorme energía interior. Es, en el mejor de los sentidos posibles, una película profundamente castellana. Pasolini, en uno de sus últimos escritos, escribió: «Sólo hay una cosa imprescindible para que una película sea una buena película: que en la pantalla tenga lugar la realidad». Personalmente, como no sé exactamente en qué consiste la realidad, prefiero utilizar un término como vida que me parece más físico pero, al mismo tiempo, más misterioso y Con el viento, esa pequeña película que tiene lugar en un enorme paisaje, respira vida o mejor todavía, transmite vida. Una vida que se va abriendo camino, poco a poco, desde la oscuridad, como se abren camino todos los seres vivos para nacer o para renacer.
Con el viento es una película que nos habla sobre el vértigo del regreso, sobre la necesidad de sacar fuerzas para regenerarse; es una tentativa por encontrar un lugar en el mundo; por intentar comprender a los otros y comprenderse a uno mismo; por encontrar el valor para perdonarse y saber decir gracias. Palpita en ella la fe por conseguir una segunda oportunidad, y a través de ella, recuperar el milagro de la vida. Por eso estoy convencido de que esta pequeña película fue lo más interesante que se produjo en este país a lo largo del pasado año, ya que fue capaz, como ninguna otra, de escarbar en un espacio y un tiempo, donde cuerpo y memoria con todas sus heridas, pugnan por recuperar algo que las enlace con su pasado y con su paisaje y de ese envite, la película consigue extraer algo profundamente vivo.
Frente al ruido del mundo y del audiovisual, Con el viento se expresa más a través de los silencios y los gestos, que de las palabras. Es una película contenida pero precisamente por esa contención, sus gestos adquieren una dimensión y una trascendencia que los hace más justos, más precisos y es por esa misma contención que podemos sentir como las emociones van abriéndose paso hacia la piel, aflorar en la superficie y prolongarse hacia fuera, hacia la danza, hacia el viento, hacia la tierra, hacia la memoria. Película geológica y física, donde el tacto adquiere un raro protagonismo y hace de la acción de tantear, tanto por parte de la protagonista, como de la propia directora, una actitud para abrirse hacia la vida y hacia el cine.
Recuperamos aquí un artículo que escribió Alejandro Gómez sobre Con el viento y la entrevista que le hizo Rubén Seca, publicados anteriormente en caméra-stylo.
Y a continuación la entrevista que se le hizo en la escuela con motivo de su seminario.